Dios dice a su iglesia: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres…” (Col. 3:23). Si esto se hiciera, no estaríamos viendo el crecimiento de la maldad. Se acrecienta por ello, el hambre, la desnutrición, la muerte y ansiedad, por el menosprecio a Dios al no creer que donde esté el Espíritu del Señor, allí hay libertad del maligno. Esta injusticia o pecado nos lleva a la muerte.

La salvación se da cuando entendemos que Dios nos llama al cambio de vida. Para ello necesitamos morir al mundo y a la carne, luego nacemos del agua y del Espíritu, para entrar al reino de Dios, quien nos da: perdón, paz y vida eterna, si entendemos su gracia y misericordia. Dios envió a su hijo para conocer y entender que su amor se manifestó en el calvario; enseñándonos el camino, para gozar al final de nuestra carrera la vida eterna, al cambiar nuestra paternidad.

El Espíritu de Dios en nosotros da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios, para hacer su obra en este mundo como lo hizo Jesucristo, quien dijo: El Espíritu me ha ungido, para dar buenas nuevas a los pobres, obra que al no hacerse la palabra dice: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios…” (Ro.1:21-22).

Ese razonar, se aprende en la educación superior como el medio para encontrar la verdad según el mundo. Pablo dice: “Porque la sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios; pues escrito está: El prende a los sabios en la astucia de ellos” (1 Co. 3:19). Y en el tiempo del fin: “Muchos correrán de aquí para allá, y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4).

Dios en su sabiduría habla de un remanente: “En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn. 4:13). Y con su amor, que es perfecto en nosotros, tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo. Seremos sal en la tierra y luz en las tinieblas, si vivimos por su Espíritu la palabra que oímos, sirviendo a los necesitados. No olvidemos que Dios llenó nuestra hambre y sed de justicia, al recibir el alimento para confort del alma, sin olvidar que debemos dar como recibimos. Leamos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co 5:17).

¡Qué bendición estar en el mundo sirviendo a Dios, buscando a los perdidos! Para nosotros se escribe: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil 1:21). Porque “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13). Esto será si oímos el llamado. ¿Quieres venir en pos de mí? Niégate, toma tu cruz y sígueme. Si permanecemos en él, andamos en luz como él anduvo, testificando de la paz de Dios, amando y sufriendo, porque el que cree en Dios: “Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta. El amor nunca deja de ser…” (1Co. 13:7-8).

El Señor nos pide como su iglesia: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Cómo el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí (…) porque separados de mí, nada podéis hacer” (Jn. 15:4-5). Y: “Todas las cosas son puras para los puros, mas para los corrompidos e incrédulos nada les es puro; pues hasta su mente y su conciencia están corrompidas. Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra” (Tit. 1:15-16).

Recordemos: el Hijo del Hombre dejó su gloria para venir al mundo y enseñarnos a hacer toda buena obra. ¿Qué obra haces tú? ¿En tu hogar hay conocimiento y entendimiento del amor de Dios y de su Hijo Cristo? En el trabajo ¿respetas a las autoridades, no le debes nada a nadie? ¿Vives la unidad en la congregación? Jesucristo dice: “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30). El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Donde te instruyes: ¿tus compañeros y tus maestros saben que Dios te cambió?

Si no haces lo que aprendes en la palabra, no eres hijo de Dios ni amigo de Cristo, que dice: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:14).

Entendamos que para que todo salga bien, debemos estar en Cristo para que el esté en nosotros. Recuerda que Moisés, saliendo de Egipto hacia la tierra prometida con el pueblo de Israel dijo: “Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido. Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso” (Dt. 4:23,24).

“Entonces Jehová hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos. (Gn. 19:24). Si amamos a Dios, le obedecemos y con su Espíritu llevamos al prójimo la verdad que da la nueva vida, tendremos la corona de la vida. Amén.