“Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán” (Is. 35:5). Esta es la tremenda promesa que revestía la profecía de la manifestación postrera del gran mesías prometido por Dios no solo al pueblo de Israel, sino a todas las naciones del mundo; cuando Adán y Eva pecaron desobedeciendo el mandamiento de Dios, sus ojos fueron abiertos a lo material y se cerraron a lo espiritual.

Hoy, la promesa maravillosa de Dios para la humanidad es que, a través del postrer Adán -Jesucristo-, los ojos del hombre cegado por el pecado, serían abiertos -de nuevo- a lo espiritual; los ciegos verían de nuevo mediante la fe en la sangre redentora de Cristo Jesús, la gloria del Dios vivo; pudiendo el hombre dirigir su «mirada» en las cosas que no se ven -humanamente hablando- porque las que se ven -materiales- son efímeras y temporales, pero las que no se ven son eternas.

Naturalmente que la palabra y promesa de Dios no está hablando de abrir los ojos del ciego físico, sino de curar la ceguera espiritual; pues la primera no condena el alma, la segunda si, por que es consecuencia del pecado.  Esta era la parte importante del ministerio del Señor Jesús cuando dijo: El Espíritu del Señor está sobre mi… para dar… vista a los ciegos” (Lc. 4:18).

También el gran apóstol Pablo da testimonio del ministerio que Dios le encomendó cuando fue llamado por Dios, diciéndole: “…Para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto (…) «para que abras sus ojos»”, para que se conviertan de las tinieblas a la luz…” (Hch.26:16-18). Observe mi querido hermano que en ambos casos no fueron llamados a ser guías ni pastores de ciegos, fueron llamados a abrir los ojos y es exactamente lo que cada creyente fiel y la iglesia verdadera de Cristo y cada siervo fiel del Dios altísimo estamos obligados, por la fe en Jesús, a hacer.

Siempre será considerado como un acto noble, que alguna persona normal tome de la mano a un ciego, para conducirlo con seguridad a través de un camino peligroso, o que atraviese una calle, esto hace que el ciego dependa totalmente de aquella persona; pero, ¿y que tal si aquel guía es también ciego? Es fácil deducir el resultado, ambos corren peligro.

Mí querido hermano y amigo, Jesús no quiere que nos convirtamos en guías de ciegos, ni él quiso tomar ese papel, pues no era la idea de Dios; no, el pensamiento de Dios es que se le abran los ojos al ciego, Cristo se los abría y luego les decía «síganme».  A los fariseos Jesús les decía: “Dejadlos; son ciegos guías de ciegos; y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (San Mt. 15:14).

Ahora el punto es; ¿Cómo abrir los ojos del ciego? Con la «verdad», la palabra usada con el poder del Espíritu Santo por un verdadero siervo de Dios, que no solo dice, sino que también hace, éste llevará un mensaje poderoso que forme en el corazón del hombre una profunda conciencia de pecado, de justicia y de juicio; hace que el hombre vea su realidad de vida; esto lleva al oyente a aceptar que su forma de vida no coincide ni con lo que cree ni con lo que Jesucristo enseñó.  Sus ojos se abren a su realidad espiritual y mira su desnudez y sale de la sombra de la hipocresía para vestirse de las vestiduras santas en un espíritu de verdad y sinceridad.

Pero los líderes modernos son como dice la palabra de Dios: “Sus atalayas son ciegos, todos ellos ignorantes… (De lo espiritual) y los pastores mismos no saben entender; todos ellos siguen sus propios caminos, cada uno busca su propio provecho, cada uno por su lado” (Is. 56:10-11). Este tremendo y duro pasaje bíblico describe de manera elocuente al típico predicador moderno, que le encanta tomar el papel del guía moderno, el apóstol o profeta ungido de cuyos labios brota la única verdad, y les encanta crear una dependencia de él a los hombres, y bajo amenazas de juicios los sujetan sumisamente.  Estos llegan a ser considerados por sus seguidores como «indispensables» en sus vidas.

Hay una diferencia abismal entre guiar ciegos y abrir ojos a los ciegos, Dios no quiere que los hombres dependan del brazo de carne, leamos: “…Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jer. 17:5). Jesucristo abrió el camino para que los ojos del Espíritu fueran abiertos en el interior del hombre, para que su guía no sea ningún hombre sino el Espíritu Santo de Dios.

Este milagro maravilloso lo describe el apóstol Juan cuando dice: “Os he escrito esto sobre los que os engañan.  Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira…” (1 Jn. 2:26-27). Y también el Señor Jesús hizo a sus discípulos esta promesa, cuando les dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os «guiara a toda la verdad»… (Jn. 16:13).

Si mis amados hermanos, todo fiel creyente tiene la unción que lo guía y Cristo Jesús no toma la mano de ningún ciego para guiarlo, ¡le abre los ojos y lo invita a seguirlo!

A Dios sea la honra y la gloria por todos los siglos, amén.