Todos hablamos de paciencia y que hay que tener paciencia. Pero si hablamos de paciencia en sus raíces estructurales más íntimas, llegaremos a conclusiones no humanas, sino divinas. Es fácil decir a alguien: “tenga paciencia”. Pero paciencia es más que una manifestación conductual, ya que ésta, es la capacidad de sufrir y tolerar desgracias, adversidades o cosas molestas u ofensivas, con fortaleza, sin quejarse ni revelarse, esperando en calma y tranquilidad, sin nerviosismo y sin perturbación. Puede ser insultado sin responder con violencia, parece hasta cobarde. Y es que aun la raíz del latín -pati- significa: “sufrir” o -patiens- “el que sufre”.

La pregunta es: ¿A cuántos nos gusta sufrir? La respuesta es más que obvia: a nadie. Y es por esto, que este don o virtud tenemos por obligatoriedad que aceptarlo como algo no humano, sino espiritual. Y sólo podrá sufrirse mediante la aplicación y reestructuración íntima, que es precisamente el nuevo nacimiento, que es un engendro sobrenatural.

 

¿Por qué hablamos de inefable?

 

Porque viendo el origen de la paciencia, que es eminentemente divina, no se puede explicar con palabras ni con lenguaje articulado, cómo es que el Dios del universo, el creador absoluto de todo lo existente, ha soportado a su criatura –el hombre- a través de los milenios: en su rebeldía, egoísmo, maldad, insolencia, irreverencia, inconformidad y hasta blasfemia. Guardando una fiel esperanza de que -su criatura- un día cambie de actitud, se arrepienta de su pecado y reconozca sin obligatoriedad ni violencia, la soberanía de aquél que en su amor y misericordia, sólo desea lo mejor para cada uno de nosotros; haciéndonos aun partícipes de una eternidad con él. ¡Qué inefable y bendita paciencia de nuestro buen Dios!

Son muchas las manifestaciones expresas en la palabra de Dios desde el inicio, no sólo a hombres en lo individual, sino a pueblos y naciones completas. Es así como vemos a Adán, quien ya era reo de muerte. Dios, a pesar que lo echa de Edén y le impone una disciplina, guardó una esperanza en paciencia, la cual fue trasladada a todos los hombres. La maldición no cae sobre el hombre, sino sobre la tierra: “Por cuanto (…) comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa…” (Gn.3:17). ¡Inefable paciencia!

La historia continúa con Noé, salvando a él y a su familia con la esperanza de un arrepentimiento. Así también, hace pacto con hombres como Abraham, esperando preservar pacientemente a una nación. Salva a Lot de las llamas que consumirían a Sodoma y Gomorra, advirtiendo el evento. ¡Inefable paciencia! Levanta Dios a Moisés y lo guía a través del desierto por cuarenta años, con un pueblo rebelde, idólatra y blasfemo, llevándolos hasta la tierra prometida. Nunca perdió la esperanza y la paciencia. Así tuvo paciencia a sus jueces como Sansón, al cual en su último momento respaldó, al derribar las columnas del edificio filisteo.

También fue paciente con sus reyes, gobernantes y sus mismos profetas. Tal es el caso de Jonás, quien se reveló en extremo y Dios lo espera pacientemente. A pesar de un trato especial y “personalizado”, no muy convencido lleva el mensaje que ha de cambiar a todo un pueblo. Leamos lo que Dios le dice en su paciencia: “¿Y no tendré piedad yo de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir entre su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?” (Jon.4:11). Sin embargo, qué difícil era para Jonás tener paciencia y esperar un cambio, ése que Dios sí esperaba de él, haciendo crecer también una calabacera para mostrar su paciencia hacia él. ¡Bendita e inefable paciencia divina!

 

¿Y qué espera Dios de sus redimidos, a los cuales nos ha esperado con paciencia?

 

Creo que uno de los dones más valiosos en el reino de los cielos, es la paciencia, la cual lleva implícita muchas virtudes colaterales, tales como: la misericordia, el amor, la esperanza, la paz, la fe, la perseverancia, el entendimiento, la mansedumbre, la templanza, etc. Ya que es una virtud pura y perfecta, la cual Dios mismo manifestó mediante su Hijo Jesucristo, el cual sufrió el oprobio, la agresión, el menosprecio, la infidelidad de un Judas y aun de Pedro, al decir: “Pero él negó otra vez con juramento: No conozco al hombre” (Mt. 26:72). El apóstol Pablo nos expresa esta maravillosa revelación: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Ro. 2:4).

Amados, qué prontos somos para juzgar, condenar y destruir. Qué fácil es ver la paja ajena, sin ver nuestra viga. Cómo nos cuesta entender al débil y pequeño en su incapacidad. Creemos muchas veces que estando en el refugio de un templo o religión, hemos alcanzado un status de perfección, pero dice el Señor: “misericordioso seré para con el misericordioso…” Dios quiere formar a través de las pruebas, ese carácter de paciencia, de la cual da testimonio toda esa trayectoria divina desde el principio y que hoy se hace presente en ti y en mí, ya que por sus misericordias y paciencia, no hemos sido destruidos. Señor, danos de tu infinita e inefable paciencia para comprender a cada mortal y trabajar en el alma de todos aquellos que tú escogiste para salvación. Así sea. Amén y Amén.