Vivimos en un mundo que aunque se palpe y se perciba a través de los sentidos humanos -en una consistencia casi real-, es hoy por hoy y al final de todo, un espejismo y una fantasía. A pesar de haber sido hecho por Dios mismo, éste sólo habría de cumplir una función circunstancial y pensemos de él, sólo como un escenario temporal en donde fuera puesto el hombre como corona y obra magna del altísimo, con el objetivo de ser forjado, ensayado y probado para ser clasificado y admitido delante de su creador, para ocupar dignamente el lugar que un día los ángeles caídos menospreciaron. Aquellos recibieron de parte de un “espíritu engañador”, una serie de argumentos falaces que iban en contra de la autoridad, con el fin de usurpar un lugar, que era el del mismo Dios.

Es allí en donde aquel perverso, de ser un privilegiado ángel, es definido como Satanás, que en sus principales acepciones se describe como -engañador y mentiroso, padre de mentira-, por lo cual fue echado de los cielos junto con aquellos seguidores suyos que no supieron guardar su dignidad. Fue precisamente la tercera parte de aquellos seres que fueron creados para alabar al Dios eterno los que fallaron: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo” (Is.14:12-15).

 

Adán en el Edén

Edén es el incomparable escenario en donde todo era perfecto y bello. Allí, quería probar Dios a su criatura. Pero, luego del complemento creado para Adán -Eva su compañera-, aparece en escena el engañador Satanás como ángel de luz, quien con ideas y palabras persuasivas actúa en la mente, creando el primer engaño en el hombre: que era hacerle creer, que el mismo Edén era su vida, que su mujer era su todo, que su inteligencia y razonamiento lo harían igual a Dios y que Dios no era sincero con él. Con todo esto, hizo del -escenario su vida-, creyendo ser amo y señor de lo creado, dándose culto a sí mismo. Dios ante sus ojos maldice la tierra: “…maldita será la tierra por tu causa…” (Gn. 3:17). “Con castigos por el pecado corriges al hombre, y deshaces como polilla lo más estimado de él…” (Sal. 39:11).

Adán no pasa la primera prueba –aun con todo a su favor-, por lo cual es arrojado del Edén para seguir siempre la labor formativa, pero en otras circunstancias. Adán lo pierde todo, pero el engañador y el engaño se presentan en este nuevo escenario, haciéndole creer que todo lo material de su entorno es su única alternativa y en un espíritu existencialista decide vivir para la materia, perdiendo toda oportunidad de lo eterno.

 

El fracaso de amar el mundo

Dios muestra que este mundo como un escenario será destruido y que al finalizar la obra, desaparecerá: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre se escondieron en las cuevas…” (Ap.6:14-15). “Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará” (Is. 24:20).

A pesar de esta verdad que nadie quiere aceptar, el trabajo del engaño está basado en: hacer fortunas, conquistar mediante la ciencia la inmortalidad, fomentar la molicie, vanidad y el placer, al grado de extremada concupiscencia,  extrayendo de lo más bajo y profundo del mundo artimañas de mentira; buscar vida aun fuera del cosmos en fenómenos esotéricos y seres extraterrestres (ovnis), que al final son legiones de demonios que bajo el mismo concepto de mentira, engañan a la humanidad completa.

 

¿Y qué de nosotros como hijos de Dios?

El sentimiento de Dios para los suyos es hacernos entender mediante el mensaje de Jesús: “Que menospreciando al mundo, pongamos la mirada en las cosas de arriba. Que no nos conformemos a este siglo. Que busquemos la renovación de nuestro entendimiento. Que nuestro principal objetivo sea el reino de Dios y su justicia. Que todo lo material es temporal, sólo son añadiduras y que todo es vanidad. Que bajo un entendimiento nos menospreciemos aun a nosotros mismos, llevando la cruz y el vituperio a donde quiera que vayamos, sin olvidarnos que hallando aquí la vida, se pierde allá”.

Estas verdades nos abren la oportunidad a una nueva dimensión de eternidad, con una esperanza firme en un Dios que es verdadero y eterno, el cual nos recomienda: “…Salid de en medio de ellos (el mundo), y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré…” (2 Co. 6:17). Mientras tanto, saliendo del engaño satánico esperamos cielos nuevos y tierra nueva, con la esperanza de una justicia que gozaremos cerca de él, si logramos -por amor- escapar del mundo y su engaño, buscando y viviendo en la verdad que solamente está en nuestro buen Dios. Amén y amén.