En el mundo se pelea, se corre, buscando gloria y fama.  El que pelea haciendo trampa no recibe su corona. Cuando estamos en la carrera, para poder ganar nos abstenemos de todo. El que gana recibe aplausos y su nombre se vuelve famoso. Pero con el tiempo ese reconocimiento se olvida, pasa a la historia, por ello se le llama vanagloria.

El apóstol Pablo sin duda «recordando las olimpiadas de Grecia», nos comparte para nuestra carrera: «No golpeo al aire, hiero mi cuerpo, lo pongo en servidumbre para ganar una carrera que perdura» (Paráfrasis 1 Co.9:26-27). En el cristianismo, para ser santos se nos dice: “…presentad vuestros miembros para servir a la Justicia… (Obteniendo) por vuestro fruto la santificación y como fin, la vida eterna” (Ro. 6:19 y 22). Porque estando en el mundo que está bajo el maligno, si no hemos sido justificados, nos ocupamos y preocupamos por las cosas de la carne, lo cual tiene como fin la muerte, al servir a la inmundicia y a la iniquidad.

Si oímos el llamado de Dios para el nuevo nacimiento, surge en nosotros el deseo y la necesidad de buscar la comunión con los que están siguiendo al maestro para oír la palabra y escudriñar las Escrituras; teniendo como resultado el dar fruto, haciendo la buena obra, para que otros vengan a la libertad al conocer la verdad.

El que recibe la palabra guarda el consejo y como efecto, el alma se alimenta para andar con fe y no tropezar, siendo adoptados por Dios como parte de su iglesia. Dios nos habla: “Hijo mío, no te olvides de mí ley, y tu corazón guarde mis mandamientos; porque largura de días y años de vida y paz te aumentarán” (Pr 3:1-2).  Y no tropezamos porque corremos con paciencia, puestos los ojos en Jesucristo que nos dice: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).

Pablo escribe a los Colosenses,  a quienes les presenta como santos y fieles, con fe, amando a todos: “…y del amor que tenéis a los santos, a causa de la esperanza que está guardada en los cielos, la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio” (Col. 1:4-5). “…el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer las riquezas de la gloria de este ministerio entre los gentiles; que es Cristo en  vosotros, la esperanza de gloria…” (Vs. 26-27). “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe…” “Mirad que nadie os engañe (…) conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo. Porque en él habita la plenitud de la Deidad…” (Col. 2:6-9). No nos conformemos a este mundo, porque fuimos “…sepultados  con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos” (V.12).

“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra, porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:1-4).  “…y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (…) Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Vs.10, 12-13).

La gracia de Dios para los gentiles, es el  misterio de Cristo que en otras generaciones no se dio a conocer, ahora es revelado: “…que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Ef. 3:6). Y así tenemos: “…redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia…” (Ef. 1:7). “…para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos” (V. 18). Pablo dice: “…me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo…” (Ef. 3:8).

Hermano, tengamos gratitud. Entendamos y valoremos el llamado, justo cuando estábamos atribulados, cansados y abatidos, pero clamamos con fe al único Dios verdadero, el cual oyó y respondió, dándonos la reconciliación, el perdón de los pecados y la confianza de la vida eterna.  Oigamos la palabra, escudriñemos las Escrituras, para que con fe y con el Espíritu de Dios prediquemos las buenas nuevas que nos dan nueva vida y vida eterna.

“Por lo demás me está guardada la corona de Justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8). Amén.