La gratitud es más que un sentimiento humano, más que una expresión. No es como un reflejo condicionado en los seres inferiores, es más bien un espíritu inteligente, el cual evalúa no sólo el frío beneficio recibido, sino todo el proceso que motivó hasta llegar al momento final. Sólo el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios es capaz de razonar, pensar y analizar las circunstancias de un hecho, para luego formarse criterios y dar “gracias completas”, valorando profundamente toda la trama, forma y figura de la acción.

La palabra gracias proviene del latín -gratia-, la cual a su vez se deriva de -gratus-, igual a agradable y agradecido que da origen a -gratia-, que en latín significa la honra o alabanza que sin más, se tributa a otro por el reconocimiento de algún favor. En otras acepciones, incluso, se entiende como “alabar en voz alta”, aun elevar cánticos para agradar y congratular al otorgante de algún favor o beneficio. Además de todo esto, dar gracias significa entregar nuestro tiempo y espacios, es ser feliz al dar gracias. Reconocer que de verdad se recibe un don inmerecido, tan especial o singular, difícil de olvidar todos los días de mi existencia. Ante todo esto pensemos: ¿quién es el ser que desde el fondo del alma puede agradecer profunda y sabiamente al que todo lo hizo, todo lo sabe, quien pesa aun las intenciones del corazón, al Alfa y Omega, el principio y el fin? Sólo al que por la fe le han sido revelados los misterios y profundidades de su grandeza.

Pero ante la indiferencia de las criaturas del Dios vivo y verdadero, él dará por sentada su molestia por la ingratitud del hombre de no dar gracias ni reconocimiento merecido al único que merece gloria, honra y alabanza. Y esto no sólo por palabras, sino por las obras creadas que dan testimonio de su poder y deidad; y dice en su palabra: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se los manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las obras hechas… Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, NI LE DIERON GRACIAS, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios…” (Ro.1:18-22).

¿Y por qué no somos agradecidos?

La respuesta es clara y meridiana. El hombre a través de la obra satánica del engaño, toma para sí toda ocasión de poder y al aceptar “ser como Dios”, limita todo derecho a otra gloria, tupiendo así toda su mente y corazón. Busca dentro de él, todas las explicaciones de su existencia y en ese autoengaño, es traicionado por su intelecto, el cual, cada día que pasa, alimenta y satisface con relativos éxitos, como lo es la ciencia misma, la cual no crea, únicamente analiza parcialmente los hechos inherentes a su entorno y problemática. Sin embargo, su creciente auto admiración, lo eleva a planos de tanta soberbia que desplaza al creador de su vida y en tal condición nos encontramos cada día más con el deterioro de las sociedades mismas, las cuales llevarán a su vez a la destrucción de toda la humanidad.

Qué fácil hubiese sido sólo “DAR GRACIAS”, aceptando la soberanía del Dios eterno en nuestra vida y nuestra suerte sería diferente. Hoy, sin embargo, luego de varios milenios que Dios se había ocultado para con los hombres, surge de nuevo a través de Jesucristo y su obra sacrificial y redentora, la oportunidad de reconocer algo grande; y con la ayuda del Paracleto dar “GRACIAS” con todo el corazón, alma y cuerpo, ya que no hay otra ofrenda que Dios pueda recibir en su condición de Espíritu: “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Mi.6:6-8).

Y es que dar gracias, es de verdad un grado superlativo de humildad, cuando esto es real y se lleva profundamente. Amados hermanos, demos gracias a Dios siempre, en todas y cada una de las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que él es bueno y misericordioso en gran manera y que nuestra vida está en sus manos. Y Señor: hoy te quiero DAR GRACIAS Y MAS GRACIAS y eternamente ¡SOLO GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS…! Recibe esta ofrenda, porque todo lo que soy y todo lo que tengo lo debo a ti. Amén y amén.