Dice la palabra de Dios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?  Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es. Nadie se engañe a sí mismo…” (1 Co. 3:16-18).

Ante la realidad espiritual que nos toca vivir como sociedad y como creyentes en Cristo -inmersos en el mar social que es el mundo-, es obligatorio que debamos presentar un evangelio poderoso y convincente. Poderoso, porque transforma y regenera al hombre que es impactado por el poder del evangelio de Cristo, el cual produce cambios evidentes y palpables que deben de ser influyentes en la conciencia de los hombres que nos rodean.  Y también convincente, pues tiene la virtud de producir cambios permanentes y no temporales. Cambios que permanecen y se perfeccionan a lo largo del tiempo. Convencen del poder transformador que hay en la sangre de Cristo, sobre todo aquel que se entrega de corazón, alma y cuerpo a la fe en nuestro glorioso Salvador Jesucristo.

Ante la inmoralidad y libertinaje del mundo debemos presentarnos nosotros -niños, jóvenes, adultos y ancianos- los miembros de la iglesia de Cristo, como una preciosa evidencia de que la solución al problema de corrupción, inmoralidad y putrefacción social, se encuentra en Jesucristo y su evangelio.

Dios demanda de su iglesia y por ende de cada individuo que la conforma, una actitud y conducta digna de la investidura que nos da el llamarnos hijos de Dios, convertidos de las tinieblas a su luz admirable.  Ante un mundo materializado y ateo la mejor demostración palpable de la existencia de un Dios todopoderoso, es la vida y testimonio de los fieles de Cristo. Los impíos siguen pidiendo señales, pero no les serán dadas de parte de Dios ni los prodigios y milagros que ellos demandan, sino se repetirá la afirmación de Jesucristo cuando dijo a los incrédulos judíos: “Porque así como Jonás fue señal a los ninivitas, también lo será el Hijo del Hombre a esta generación” (Lc. 11:30). Y ¿cuál fue la señal de Jonás en relación a Cristo? Sino la resurrección de entre los muertos al tercer día. Jonás estuvo en el vientre de un gran pez; Jesús, en el vientre de la tierra, la tumba.

¿Ahora, cómo se cumple en nosotros esta señal? Cuando resucitamos o mejor dicho, hacemos morir con el poder de Dios, la carne con sus pasiones y deseos, como lo diría el Espíritu Santo a través del apóstol Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba… Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.  Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:1-3). Es importante ser conscientes de que si el Espíritu de Dios está en mí, en nosotros y en cada uno de sus hijos, nos constituimos en templos de Dios y este templo debe ser, obligatoriamente santo. Y lo más tremendo es que ese templo soy yo y tú, si te consideras hijo de Dios.

 

La santidad es posible

En el pensamiento del religioso moderno, se trata de convencer que la santidad es imposible y que nosotros somos santos por efecto automático de creer en Jesucristo.  Esto no es lo que la Biblia nos enseña, la ordenanza del Dios eterno es: “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios” (Lev. 20:7). Y el apóstol Pablo hace la siguiente afirmación: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él (…) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Ro. 8:9 y 14). Y agrega el apóstol Pedro: “…sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos «en toda vuestra manera de vivir…»” (P. 1:15).

Sí, mi amado hermano, ante la densa oscuridad que se cierne sobre todo el mundo abarcando todos los ámbitos de la raza humana, estamos llamados por Dios a que nos ocupemos de las cosas espirituales, que nuestros pensamientos y acciones sean espirituales para que produzcan vida y pazEs indudable que la mente carnal es enemiga de Dios, pues por lo mismo no puede sujetarse a las leyes de Dios y es arrastrada, no sólo a pecar sino a sufrir las consecuencias del juicio de Dios reservado para todos los que pecan y aman el pecado.

Pero nosotros llenémonos del Santo Espíritu de Dios y peleemos contra las fuerzas de la oscuridad, llevando por doquier una vida santa y libre de las esclavitudes de Satanás.  No hay mensaje evangelístico más poderoso que el testimonio de un pueblo santo en medio de un mundo pecador. ¡Vamos hermanos míos! “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas…” (2 Co. 10:3-4). Que Dios les bendiga. Amén.