Hoy en día, existen innumerables for­mas de cómo los seres humanos valoran la Biblia «la palabra de Dios», que van desde los me­nos creyentes hasta los que la aman y la obedecen.

Para algunos es un precioso libro con emocionantes historias de hombres que hicieron maravillas por el poder de Dios. Para otros será una joya literaria que contiene una diversidad de estilos y formas de escribir. Otros la ven como un compendio de valores místicos y hasta esotéricos. Y para algunos más, es una fuente de ideas para predicar y usarla como inspiración para sus elocuentes prédicas que les generan gloria, fama, dinero, etc. Pero… ¿Quiénes ven en ella el mensaje serio y real de Dios para con el hombre? ¿Quiénes valoran el contenido de la Sagradas Escrituras, de tal forma que los impulsa poderosamente a la obediencia irrestricta de su contenido?

Más parece que el materialismo y la proliferación de filosofías humanas han hecho que la Biblia ya no sea creída por la humanidad, menospreciándola y rechazándola, prefiriendo hundirse en un mundo de engaños y mentiras que arrastran a la humanidad a la condenación eterna en el infierno. Leamos: “Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio…” (2 Co. 4:34). Observe que la falta de una visión es­piritual esclaviza al hombre a lo tangible y material.

El hombre le da más importancia a lo que ve, que a lo que no ve, sin darse cuenta que lo verdadero es lo que no veo. Suena a locura decir que debemos valorar lo que no vemos y menospreciar las cosas materiales que vemos. Pero, como dice la palabra de Dios, esta falta de fe en las cosas que no se ven, automáticamente lleva al hombre a la condenación. Y el príncipe de este siglo, Satanás, está muy interesado en que así sea. Dice la palabra que el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que el santo y glorioso evan­gelio de Cristo no les resplandezca en sus corazones, y así se vuelvan del engaño y la mentira a la verdad.

¿Por qué viene el mal?

Ignorar quién es Dios, lo que él pide y espera del hombre, es evidencia de que el ser humano desconoce el pensamiento Divino y llega a mal interpretar las experiencias personales y por qué no decirlo hasta las de índole nacional o mundial. Dentro de la esca­la limitada de valores que tienen, piensan que pecado es solamente robar, adulterar, fornicar, emborracharse, etc., y que si alguien no practica estos pecados se llega a considerar una persona “santa”, pero no es así, leamos: “Vivo yo, dice Jehová el Señor, que Sodoma tu hermana y sus hijas no han hecho como hi­ciste tú y tus hijas. He aquí que esta fue la maldad de Sodoma tu hermana: soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad tuvieron ella y sus hijas; y no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso. Y se llenaron de soberbia…” (Ez. 16:4850).

Estas tres cosas, Dios las califica como el prin­cipio de la maldad de aquellas dos ciudades que fueron consumidas por el fuego de justicia que cayó del cielo. Dios mandó aquel juicio como efecto de estas causas demoniacas que la ignorante sociedad moderna cegado su entendimiento por el príncipe de este siglo, no las califican como pecado, sino las cultivan estimulando la adoración al yo del hombre, esclavizando de esta manera la miserable alma del hombre, la cual se convierte en pri­sionera dentro de esta jaula que se llama cuerpo humano.

Sí, mi amado hermano, parece increíble pero muchas pruebas que vienen a nuestra vida son permiti­das por nuestro buen Dios para darnos la capacidad de liberarnos de ese cuerpo material, el cual el apóstol Pablo llama «causaefecto». Toda acción tiene una reacción. Por lo tanto, todo pecado tiene un efecto malo, produce dolor, angustia, ansiedad de ser libre de ese espíritu de acusación; también produce desánimo, frustración, mie­do, sentimiento de fracaso, debilitamiento, etc. Razón tenía el apóstol Pablo cuando expresa de sí mismo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará…?” (Ro. 7:24).

¿Quién me hace libre?

Parece inofensiva la soberbia, pero Dios la cali­fica como la raíz que origina sus juicios sobre la humanidad y por tanto, sobre la tierra y aún sobre la «rueda de la creación». Los hombres cegados por Satanás, no logran entender la tremenda magnitud de la soberbia.

Ella es el antagonismo de Dios. En la soberbia hay egoísmo, en Dios hay bondad; en la soberbia hay rencor y odio, en Dios hay amor y perdón; en la sober­bia hay esclavitud, en Dios hay libertad; en la soberbia hay toda clase de pecado, en Dios hay salvación; etc.

Sí, mi amado hermano y amigo, Cristo Jesús vino para darnos la verdadera libertad y el conocimiento del altísimo me lleva a ese estado glorioso de liber­tad y salvación. Esto confirma la sentencia conteni­da en la palabra de Dios: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento…” (Os. 4:6). Por eso hermanos, crezcamos en el conocimiento de Dios, ya que en él están escondidos todos los tesoros de la sa­biduría de Dios. Que el Señor les bendiga. Amén.