Hay virtudes inherentes al único y verdadero Dios «el Gran Yo Soy», que por ninguna otra razón, serán atributos de ningún ser espiritual y menos material.  Luego de ser creado el hombre -a imagen y semejanza de su creador-, también debió de ser parte sustancial del mismo Dios. Sin embargo, al renunciar a la cobertura espiritual, de donde se originaran aquellos dones y características, estos se pierden y queda solamente un somero estado de conciencia o memoria retrógrada de que hay: UN PODER que le dio un origen; UNA MISERICORDIA, porque a pesar de haber fallado -y eso lo sabe bien-, sigue aún vivo; UN AMOR que sostiene el universo; y UNA JUSTICIA que gime aun en la naturaleza misma.

Ante esta realidad, porque no es teoría ni filosofía, el hombre se introduce -guiado por el maligno- a buscar otros dioses. Y encuentra como mejor alternativa su mismo «yo interno»; basado en el razonamiento de lo que Satanás le nombra “ciencia” (tú puedes ser como Dios), que es también una clonación espiritual de la inteligencia y la mente creadora del único y sabio Dios.

 

¿Por qué mendigos?

Porque al separarse de la fuente original perdieron su gran tesoro -encerrado en la ciencia divina-, que es el conocimiento de Dios en toda su plenitud, leamos: “Pues habiendo conocido a Dios (a través de lo creado), no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias (la peor de las injusticias), sino se envanecieron en sus razonamientos (ciencia humana), y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios… ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira…” (Ro. 1:21-25).

De allí en adelante, los hombres buscan todo aquello que perdieron y se vuelven «limosneros» o MENDIGOS DE PODER a todo nivel y usan argumentos como la política, la economía, la sociología y otras, para alcanzar una gloria utópica, por medio de votos y logros; dominando su entorno y pretendiendo impresionar al mismo Dios, aunque sea por un día.

Como MENDIGOS DE LA MISERICORDIA, buscan en las ciencias como la medicina, la psicología, la psiquiatría, yoga, etc., prolongar sus días de vida. Y mediante fármacos, drogas legalizadas o disciplinas relajantes, procuran salir de profundas criptas de ansiedades y estados depresivos, aun con grandes posesiones demoníacas; suplicando verdaderos exorcismos que incluyen fetichismos y esoterismo a pequeños y grandes niveles.

Y qué de los MENDIGOS DE AMOR, quienes ante la ausencia del amor perfecto y verdadero de su creador, buscan en el placer del “amor prohibido”,   llenar esos espacios que nunca, nada ni nadie podrá ocupar, ya que sólo mi Dios podrá encajar, porque fuimos hechos para él. Mientras tanto, se seguirán haciendo poemas, ritmos y canciones al amor imposible; a lo que pudo ser y no fue; a la frustración de ser desechados; a la traición, etc. Y el amor esperado nunca llegará ni satisfará, porque la esencia del amor es de naturaleza divina y todo lo demás es temporal, fluctuante y fantasioso. Ante la insatisfacción, se buscarán nuevas opciones con algunas variables, que al final terminan en desesperanza y dolor.

Veamos ahora a los MENDIGOS DE JUSTICIA. Y qué justicia, si dice la palabra: “No hay justo, ni aun uno…” (Ro. 3:10). “Si bien nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6). No se encontrará jamás justicia en este mundo. Aunque en la antigua Grecia, los “sabios” de renombre, escribieron los fundamentos legislativos que rigen en el derecho y la política actual, será hasta el gobierno del milenio con Jesucristo y los suyos como líderes, cuando por primera vez los hombres conocerán vívidamente lo que es justicia.

Pero hasta entonces, los hombres irán detrás de líderes corruptos y sin amor, que los llevarán a la angustia y fracaso, porque: “Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada” (Jer. 17:5-6).

 

De mendigo a hijo

Amado hermano, por medio del infinito amor de Dios, somos perdonados y aceptados por él, si tenemos ese reconocimiento de su grandeza y poder. Además, confesar con nuestra boca que le hemos fallado y que nos arrepentimos de todo corazón de nuestra maldad. También creer que por medio de la obra redentora del Señor Jesús en la cruz del calvario y por su sangre, somos capaces de alcanzar la benevolencia de Dios, mediante la misericordia manifiesta. Luego de esto, somos adoptados como hijos y hermanos con Cristo, siendo él nuestro hermano mayor y nosotros coherederos junto con él. Y somos confirmados mediante las arras del Espíritu Santo, el cual nos aparta y sella para él y sólo para él.

Entonces, ya no somos más mendigos sino hijos suyos por el puro afecto de su voluntad. A él sea la gloria, la honra y alabanza por siempre y para siempre. Así sea. Amén y Amén.