“Vosotros sois la sal de la tierra…” (Mt. 5:13). Esta desafiante afirmación del Señor Jesús a sus discípulos, lleva implícita una tremenda responsabilidad y obligación, que debe ser entendida por todo creyente del evangelio. No es una expresión tipo adorno ni mucho menos una adulación de Jesús a sus seguidores. Más bien conlleva implícita la demanda de que debemos ser de beneficio para una humanidad que vaga por el mundo en el transcurso de su vida sin Dios, sin fe y sin esperanza. Un mundo de seres humanos perdidos en un desierto que no perdona, sino destruye el alma del hombre y mientras éste vive, lo va matando lentamente, infringiéndole todo tipo de dolores -físicos, emocionales y espirituales- hasta que lo mata. El Señor Jesús describe la obra del diablo sobre los hombres, al afirmar que: “el ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir…” (Jn. 10:10).

Nosotros como pueblo de Dios, estamos llamados a ser testigos del poder de Dios, y por efecto de acción, a dar testimonio vivo de su obra redentora y transformadora, operada en nuestras vidas. De allí, la traducción del griego al español de la palabra «marturia», que significa: «evidencia» y se traduce como «testimonio». Es decir, que nosotros somos la evidencia tangible del Espíritu de Cristo (invisible); haciendo «evidente» el poder de Dios entre los hombres.

Todo el contenido profético de las Sagradas Escrituras sobre la obra de Cristo entre los hombres, se materializa en mi vida diaria. La luz de su gloria se deja ver en mí y sin quererlo o no, intencionalmente me constituyo en luz en medio de las tinieblas y mi vida se vuelve guía para otros que no conocen a Cristo. Algunas veces parece que no tenemos conciencia plena y por qué no decirlo: no somos responsables del poder que tiene «el testimonio» nuestro entre los hombres.

Sí mi querido hermano: hay poder en el testimonio de cada creyente. El testimonio sencillo y humilde, exento de toda pretensión de gloria de cualquier creyente, es capaz de impactar la conciencia de las personas que nos ven y conocen. El testimonio tiene poder persuasivo sin que abramos la boca para decir palabra alguna, leamos: “…para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 P. 3:1-2). ¡Bendito sea Dios! Sí mi amado hermano, hay poder en el testimonio: poder que liberta y anima; poder que convence; poder que estimula al cansado y desanimado a seguir cargando la cruz hasta llegar al final; poder que sana al enfermo cobrando fe en el Dios vivo y en Jesucristo nuestro Salvador.

 

 

 

 

¿Qué es el espíritu de la profecía?

 

Debemos comprender que el espíritu de la profecía es un distintivo que identifica y define a un verdadero hijo de Dios, el cual es identificado no sólo por los ángeles de Dios, sino también son vistos y tenidos como enemigos peligrosos del reino de las tinieblas y las hordas demoniacas de Satán.  No es el simple hecho de llamarse “cristiano”, es el Espíritu de Cristo manifestándose entre los hombres a través de un hombre. Leamos: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos…” (1 P. 1:10-11).  Lea, que en los profetas del Antiguo Testamento el Espíritu de Cristo estaba en ellos y se constituyeron muchos de ellos en señal y ejemplo para el pueblo que los veía.

El testimonio es poder que vence al maligno, leamos: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del «testimonio»…” (Ap. 12:11). Y continúa diciendo: “Entonces el dragón se llenó de ira contra la mujer; y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen «el testimonio de Jesucristo»” (V. 17).  Sí hermanos, tenemos guerra contra las fuerzas del mal a causa del testimonio o evidencia de Cristo en nosotros, y somos conocidos por Satanás.

Los ángeles de Dios consideran a los que tienen el testimonio de Cristo como consiervos suyos. Leamos: “Yo me postré a sus pies para adorarle.  Y él me dijo: Mira, no lo hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el «testimonio» de Jesús.  Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía” (Ap. 19:10). ¡¡Aleluya!! Sí mi amado hermano, impresionante. Los mismos ángeles de Dios reconocen a aquel que tiene el «testimonio» poderoso de Cristo en su vida. Somos evidencias palpables del poder y la gloria del Dios vivo.

Le pregunto a usted mi querido hermano: ¿Cómo está su testimonio? ¿Lo conocen los ángeles de Dios? ¿Sostiene una batalla continua contra su enemigo Satanás? ¡Vamos! Mostremos la gloria de Dios en nuestra vida hasta el final. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.