Dice Moisés: “…Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos…” (Dt. 4:10). Luego dice David: “Venid, hijos, oídme; el temor de Jehová os enseñaré” (Sal. 34:11).

Y Jesús dice: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi” (Jn. 14:8). Estamos en los tiempos del fin en donde la fe desaparece porque el evangelio es un negocio para los hombres. El amor a Dios y al prójimo se enfría porque los hombres se aman a sí mismos y a su carne. La ciencia está creciendo porque da un estatus y dinero. Todas estas injusticias, matan el alma que Dios y su Hijo quieren salvar.

Jesucristo vino para enseñarnos la verdad que nos libra del mundo y de la carne que es débil. La libertad se recibe, si oímos al que dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Los que oímos y creemos, recibimos la promesa de la resurrección y la corona de la vida eterna.

El apóstol Pablo nos menciona como ejemplo, el testimonio del  joven Timoteo, quien recibió la palabra en casa, de su abuela y de su madre. Esto se confirmó al caminar con Pablo, anunciando el evangelio. Léase 2 Timoteo 1 del 5 al 11.

Las condiciones de los hombres en los postreros días son: “…hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables (…) aborrecedores de lo bueno, amadores de los deleites más que de Dios…” (2 Ti. 3:2-4).

¿Qué harán los científicos y políticos para sacar a la sociedad de la pobreza, de la corrupción  y de la falta de justicia? Por eso, para que nosotros los gentiles tuviéramos la oportunidad de conocer la verdad, el Señor llamó a Pablo, quien nos aconseja a buscar ese espíritu de poder, amor y dominio propio.

Pablo escribe en sus epístolas la vida de Timoteo, quien es hijo de una judía y de padre griego. Por su fe y conducta, tomamos pasajes de su vida que ilustran el valor de la enseñanza que Dios espera de su pueblo. Expresa que nosotros como soldados, debemos enseñar el evangelio a otros con el testimonio y la palabra.

 

La importancia de la infancia

 

“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mt. 19:14). Gracias Señor por el ejemplo de amor que el joven Timoteo nos da, por esa enseñanza que tuvo en su hogar, y la confirmación de su fe que recibió de Pablo. ¡Gracias por la palabra que tiene poder para ser libres del engaño y del error! Pablo nos confirma que Timoteo siguió la doctrina, conducta, fe y paciencia.

Pidamos a Dios seguir este ejemplo, comenzando en el hogar, con los niños y los jóvenes que salen al mundo, a pelear contra el maligno. Leamos: “…mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido…” (2 Ti. 3:13-14).

Gracias Señor por el ejemplo del hogar donde Timoteo recibió las primeras enseñanzas, para que desde la niñez supiera las Escrituras, las cuales nos pueden hacer sabios para la salvación, por la fe que es en Cristo Jesús. Leamos: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (Vs. 16-17). «La buena obra, se logra peleando».

“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre” (1 Ti. 6:11). Esto será una bendición, si tú oyes la palabra en la congregación y en el hogar te reúnes con tus hijos o familia, para orar y para poner por obra el consejo de Dios que se provee en los días de servicio. Hazlo y verás las bendiciones.

Recuerda que está escrito, que vendrán burladores que no saben ni entienden que Dios envió el diluvio, y que la tierra y el cielo están guardados para el fuego en el día del juicio. Por lo tanto, debemos andar en santidad y piedad, porque los arrepentidos y convertidos, esperamos cielos nuevos y tierra nueva donde mora la justicia.

“Instruye al niño en su camino…” (Pr. 22:6). “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud…” (Ec. 12:1). Este ejercicio será la extensión de lo que oímos en la congregación y practicamos en el hogar o en el mundo, como lo hizo la familia de Timoteo. Y así, podremos decir con respaldo: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13). Esto será posible, si permanecemos en él y él permanece en nosotros, porque escrito está: “…separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Perseveremos hasta el fin, recordando que el trabajo no es sólo de los pastores, es de los padres en el hogar todos los días. Que Dios nos ayude. Amén.