Una de las cosas más complejas y falaces, es tratar de trasladar a otros lo que no somos ni vivimos. Ya que al final, terminamos ministrando lo que «realmente somos» y no tanto lo que decimos o hablamos. Los discípulos del Señor recibieron de parte del maestro: amor, instrucción, comunión, etc. Pero sobre todas las cosas, experiencias inéditas; y «mediante el ejemplo» puso en el corazón de aquellos ignorantes, acerca del «reino de los cielos», una mejor alternativa de vida. Que fueran capaces de cambiar no sólo una forma superficial de existencia, mediante una religión o costumbres, sino penetrar en lo más íntimo de su ser y trasladar el conocimiento de un nuevo reino: el de los cielos.     Esto es una nueva cultura, cosa difícil tal vez, pero creo que uno de los aspectos fundamentales para el éxito de su empresa fue: no llamar o captar como amigos y discípulos a líderes contaminados con la levadura de la religión, sino encontrar hombres con disposición a ser formados dentro del fenómeno de la praxis de la fe, el amor y la esperanza. Con esto permitía ingresar a las estructuras originales de la pureza, las cuales permitirían una oportunidad diferente en cuanto al enfoque divino, acerca de cómo vivir aquí en este mundo para alcanzar la eternidad. Y es mediante un esquema de obediencia por amor y en amor. No bajo el razonamiento crítico, analítico y humano; sino en la inocencia del querer aprender. No tanto “saberlo todo” y con esto someter las mentes débiles a una práctica de servilismo, la cual es ministrada en todos los ámbitos religiosos.

Atendiendo a todo esto y después de tanto «ejemplo», el maestro decide delegar a sus nuevos amigos con responsabilidades fuertes y muy comprometedoras, como: «Dadles vosotros de comer». Si vemos en el Evangelio de Lucas, capítulo 9, el verso 1 nos relata cómo Jesús: “Habiendo reunido a sus discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos”. Además les encomienda: “…No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas. Y en cualquier casa donde entréis, quedad allí, y de allí salid. Y dondequiera que no os recibieren, salid de aquella ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies, en testimonio contra de ellos” (Vs. 3-5).

¡Qué cosa más maravillosa! El Señor sigue con su trabajo de «ejemplo» y si vemos en la alimentación de los cinco mil (verso 13), sigue predicando, sanando y al final, insta a sus discípulos a proyectarse en una maravillosa obra: «Dadles vosotros de comer». El reto para todos y cada uno de nosotros, amados hermanos y consiervos, es seguir con esta «gloriosa» misión de ir y entregar al mundo un evangelio puro y sin menguar. Para que el reino de los cielos sea presentado digno delante de un mundo pecador.

La mejor alternativa de parte nuestra como discípulos del Señor es: «enseñar con ejemplo vivencial» al mundo, sin ánimo de fama ni provecho personal. En esta experiencia Jesús nos enseña, además, que para dar de comer a otros, no es necesario tener ni saber mucho, ya que aquellos discípulos sólo mostraron dos peces y cinco panes -que ni aun eran de ellos-. Pero con el poder de la oración y la dependencia del altísimo en aquella imposibilidad humana, se produjo un milagro; habiendo comido aquellos cinco mil hombres, sin contar a todas las mujeres y los niños. ¡A Dios sea la gloria!

 

¿Y qué he de hacer para dar de comer a otros?

Recordemos que el predicar, al estilo del Señor, es: El, primero actuaba o hacía y luego emitía palabras. Esto creaba en los demás, una confianza maravillosa ya que cada prédica tenía amplio respaldo. Además, uno de sus principios básicos se muestra en adjudicar, sabia y prudentemente, cada obra a su Padre y tampoco él hablaba por sí mismo, leamos: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Aquella comida que cualquiera proponga o disponga, por su propia cuenta, sólo provocará orgullo y vanidad en cualquier «mal maestro», que al final predica su propia gloria y como resultado despertará sólo admiración humana, convirtiendo a aquellos «fieles», en fieles a hombres, acarreando muerte y condenación.

Sin embargo, el llamado, no sólo a los pastores sino a todo discípulo, es a dar de comer a los hombres sabia y abundantemente, con el fin de ganarlos para Cristo y ya en este espíritu, que puedan ser salvos por medio de la fe. Dios quiere que tú y yo, trabajemos juntos incansablemente para el reino de los cielos. Ya que, además, cuando entre el último de los escogidos, el Señor vendrá y no tardará. Quizá nunca o sólo algunas veces podremos ver resultados, pero lo importante es dejar caer el pan sobre las aguas. Algún día habrá cosecha de almas, según el designio divino. Dios mío, ayúdanos a dar de comer a otros, así como tú has provisto grandemente para nuestras almas. Amén y amén.