Pablo nos pide como iglesia, en este último tiempo, que vivamos con dignidad para recibir la corona, el gozo y la gloria. Pero sin Cristo, somos dados a crecer materialmente, afanándonos por las vanaglorias, ignorando a Dios y el valor de nuestra alma; máximo hoy, que la ciencia crece como señal del fin. Cuando nuestra alma no es recta, nuestra vida se llena de orgullo, siendo estimulados por la sociedad y la familia. Por esto, la juventud se esfuerza en lo material, al desconocer los argumentos de la falsamente llamada ciencia, que es la que nos extravía de la fe, al amar las riquezas, menospreciar el amor a Dios y explotar al prójimo.

Pablo escribe: “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24). Y agrega en otro pasaje: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).

 

La justicia divina

“Porque si Dios (…) no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente…” (2 P. 2:4-6).

Dios hizo juicio sobre Sodoma y  Gomorra, por la maldad de jóvenes y viejos que buscaban a los ángeles que visitaron a Lot, para conocerlos. Y Jehová hizo llover sobre estas ciudades, azufre y fuego. Léase Génesis 19:5-24.

En el amor Dios advierte: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos… Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 P. 3:8-12).

Para escapar de esta generación maligna y perversa, leamos el consejo de la palabra: “Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos” (1 Ts. 3:12-13).

Pablo nos dice, que para esperar a Jesús y ser libres del día de la ira venidera, debemos dejar   los   ídolos que en el pasado nos engañaron por la astucia del maligno. Así como Dios nos buscó, ahora como hijos agradecidos busquemos a los perdidos, para que tengan la paz y la salvación de la ira venidera. Siendo así una corona para Dios, quien dará a sus seguidores la vida eterna. La palabra nos exhorta a pelear con fe, para amar al que nos amó, y transferir su amor a los necesitados, amando y sirviendo aun a nuestros enemigos.

En la nueva vida en Cristo, no se teme a la muerte, porque para nosotros morir es ganancia y esperamos la resurrección. Pablo dice: “…No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co. 15:51-52).

 

El tiempo se acerca

            “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía. He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22:11-12). Vale recordar que toda injusticia es pecado y la paga del pecado es muerte. Inmundo, en lo moral, es el que desagrada a Dios. Justo, es quien recibe de Dios la justificación por fe. Santo es quien se aparta de lo malo, porque sin santidad nadie vera a Dios.

Dios nos da a sus hijos de su Espíritu para que dejemos el mundo y le agrademos y le sirvamos a él, quien nos salvó. Con Cristo podemos vencer al maligno, porque ahora todo lo podemos en Cristo que nos fortalece, para fructificar y glorificar a Dios, quien nos dará al final de la carrera, la corona de la vida, si perseveramos hasta el fin. Que Dios nos ayude para esperar su venida. Amén y amén.