El éxito, del latín «exitus», significa «salida». Como concepto se refiere a la consecuencia o el efecto acertado de una acción o emprendimiento; es la parte final y satisfactoria de un proyecto, negocio o meta propuesta. Si atendemos a esto, cada hombre se propone metas, las cuales van desde las más sencillas hasta las más complejas e imposibles. Al final, después de mucho tiempo, sólo serán sacrificios, afanes, desgaste de la salud y aun de la vida misma. Ya con el triunfo en la mano, quizá alzamos un trofeo y el aplauso del ¡éxito! Pero luego, viene la gran frustración de que tenemos lo que anhelábamos, pero, si acaso, sólo un destello de felicidad fugaz, mas no la felicidad del ser íntimo.

Entonces, ante la insatisfacción y la inconformidad personal: el humanismo, el intelectualismo a todo nivel, la filosofía, las artes y disciplinas deportivas y otras, que se encierran en el materialismo de este siglo. Todas estas áreas traerán propuestas ilusorias, de que tal vez una nueva alternativa, junto con el éxito, traerá la anhelada felicidad. Nunca se podrá alcanzar la felicidad mediante ninguna manera astuta usada por el maligno, ya que él pretende que la vida transcurra entre ilusiones, pasiones y sentimientos superfluos, sin llegar al verdadero trasfondo de la razón pura y perfecta de nuestra existencia.

 

¿Y por qué el éxito no necesariamente es felicidad?

         La mayor parte de los hombres llamados de “éxito” son infelices. Recordemos que el hombre fue hecho: “A imagen y semejanza de Dios” (ver Génesis 1:26-27), y lleva dentro de sí, un ser tripartito que incluye: espíritu, cuerpo y alma. Leamos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23). Cualquier meta propuesta en términos materiales o de este mundo, podrá llenar únicamente una parte limitada del ser llamado «hombre». Pero, si consideramos a éste como alguien integral, la materia jamás satisfará el espíritu, ya que aunque habita dentro de un cuerpo físico, corresponde a una naturaleza eminentemente divina e intangible, regida por principios totalmente contrarios a lo material.

Por tanto, los deleites de este mundo están orientados hacia la satisfacción de la carne, mediante ese poder que ejerce Satanás: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn.5:19). Sólo se llena parte de la necesidad de este ser especial llamado hombre y el resto quedará al margen de la llamada “felicidad”, que no es ni más ni menos, que una verdadera utopía.

Todos los hombres deseamos alcanzar el éxito y nos hacemos falaces planteamientos como: cuando sea grande, cuando me gradúe, cuando tenga mi casa, cuando me case, cuando sea padre o madre, cuando tenga dinero, cuando viaje por el mundo, y cuando… y cuando… y cuando… Y paradójicamente, mientras más logros alcanzamos, nos volvemos amargados, insolentes y hasta blasfemos, culpando a Dios mismo de nuestras insensatas ideas.

El éxito que ofrece el mundo provoca grandes vacios de incompresible magnitud, que en sus extremos inducen a vicios, aberraciones, exhibicionismos y extravagancia. Algunos llegan al extremo del desequilibrio psíquico y mental, que incluyen verdaderas enfermedades introspectivas de la conducta, que podrían degenerar en profundas depresiones y abismos sin fin. Los desenlaces son fatales y pueden incluir crímenes aberrantes, masacres, genocidios y hasta el suicidio mismo. Todo en la búsqueda de aquel engañoso “éxito que busca la felicidad”, la cual nunca será completa, convirtiéndose en un verdadero ídolo personal: “Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios…” (Sal.16:4).

 

¿Y cuál es el verdadero éxito que da felicidad?

Aunque parezca difícil de entender -ante todo lo expuesto- que pudiera existir el verdadero éxito, sí lo hay. Pero no bajo los pobres y egoístas argumentos humanos, sino mediante un perfecto planteamiento divino y espiritual. Este consiste, primordialmente, en poder dar la gloria, honra y alabanza al único merecedor, que es nuestro eterno y buen Dios, creador de todo lo existente. Honra, que esa criatura llamada hombre -mediante la perversidad satánica- quiso arrebatar abusivamente y que no le correspondía. De allí, su fatal fracaso.

Será entonces, mediante la restauración del orden establecido que habremos de alcanzar el verdadero éxito. La palabra nos dice: “Mas buscad PRIMERAMENTE el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas (el éxito humano) os serán añadidas” (Mt. 6:33). Como humanos buscamos, erróneamente, primero las metas materiales y si nos sobra un poco de tiempo, quizá habrá “por allí” algo de Dios. Además, tal vez en ciertos casos, alguna pequeña cuota de religión acallará pequeños segmentos de conciencia, con el consiguiente éxito parcial.

Amado hermano, si somos capaces de honrar a Dios, él a su tiempo nos honrará: “…porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 S. 2:30). Entonces el verdadero éxito, que radica en la búsqueda de valores espirituales dictados mediante la palabra escrita, sí existe. Ya que la palabra, siendo creada por el artífice de todo, incluyendo al hombre, llenará a plenitud tanto las esferas físicas como las del orden espiritual, constituyéndose entonces en lo perfecto. Señor, ayúdanos en nuestra ignorancia y poca fe, a entender tus formas y poder alcanzar mediante las metas del Espíritu: «el éxito que además nos hará felices». Sólo en ti está la completa felicidad y la vida misma. Así sea. Amén y Amén.