Hemos concluido un año e iniciado otro. Como iglesia estuvimos en nuestro retiro con una asistencia mayor, en los estudios, Santa Cena; el número de jóvenes, hombres y mujeres fue impresionante en los bautismos. Gracias Señor, por el respaldo a tu palabra donde se confirma tu gracia y tu misericordia. Gracias Señor por la juventud que se bautiza para servir. Estas notas llevan a pastores, diáconos y padres, a que es hora de limpiar nuestras vestiduras y poner aceite en nuestras lámparas, porque la humanidad se pierde. No olvidar que los recién nacidos piden leche espiritual no adulterada para crecer, fructificar y ser salvos de esta generación maligna y perversa. Pablo dice a los Corintios: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1Co.15:58).

Esto nos mueve a ser ejemplo para los recién bautizados, que quieren ser parte del ministerio que el Señor nos da, para ser luz en el tiempo postrero. Cuando los discípulos pidieron a Jesús las señales de su venida y del fin del siglo, dijo: “…muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mt.24:11-14). No olvidemos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn.5:39). Atendamos y creceremos; el rey David dice: “De tus mandamientos he adquirido inteligencia; por tanto he aborrecido todo camino de mentira. Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” (Sal.119:104-105).

Con la palabra comprendemos el amor de Dios, para amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, en especial a los que se bautizaron para servir. Para ello, se nos da lo que pasó con las vírgenes prudentes e insensatas; Así mismo, vale meditar sobre la parábola del sembrador donde hay personas que oyen, pero con las pruebas se apartan; otros oyendo, se ahogan por los afanes, las riquezas y los placeres de la vida y no llevan fruto. Mas la semilla que cayó en buena tierra, son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra y dan fruto, léase Lucas 8:11-15. Pidamos a Dios entender y hacer todo conforme la palabra, guiando a los nuevos, al camino de santidad. El valor de los mandatos: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer (…) permaneced en mi amor (…) así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn.15:5-10). “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro.13:10).

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación” (2Co.5:17-18). Recordemos que hemos sido renovados al ser bautizados, somos criaturas, creados según Dios en la justicia y santidad de la verdad: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. No reine, pues el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado con instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia” (Ro.6:11-13).

Como pastor, diácono o como padre de los que se bautizaron ¿qué estamos haciendo para edificar a estos nuevos en el camino de santidad y temor a Dios? Dios quiere que seamos cartas abiertas para que lean en nosotros el amor de Dios, esperando la venida de su hijo Jesucristo. Recuerda… Es tiempo de velar, no es tiempo de dormir. Que Dios nos ayude a servir con amor y por amor a Dios y al prójimo, comenzando con los que Dios movió para ser bautizados. Amén.