Cada palabra, cada acción, cada fruto y cada manifestación de conducta, determina quién soy y quién es el que gobierna mi ser interior, porque: “…de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas” (Mt.12:34-35).

Además: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos (…) Así que por sus frutos los conoceréis” (Mt.7:16-20).

Estos maravillosos versículos fueron palabras sabias y perfectas, dictadas por el mismo Señor Jesucristo, quien con toda autoridad y sin titubeos, es capaz de definir los principios más íntimos del estado espiritual de todos los hombres. Constituyendo esto verdaderas leyes que han de cumplirse, porque él las dijo y así son. Cada uno de nosotros conscientes que la palabra de Dios, que es como espada de dos filos, es capaz de discernir hasta las intenciones más ocultas del corazón, tendremos que estar alertas al análisis continuo, como jueces personales de nuestras acciones, las cuales son suficientemente confiables para advertirnos de cuál es la ruta y dirección que lleva nuestra vida, ya que nuestro corazón nos engaña y nos juega el azar del autoengaño; y con esto, la pérdida de la visión de la perfecta voluntad de Dios en nuestras vidas. Veamos, entonces, nuestros actos y palabras como un -anuncio o alerta-, cual “punta de un iceberg”, el cual, es sólo la manifestación de una gran masa de hielo que es capaz de destruir hasta la más grande embarcación, como lo fue el hundimiento histórico del  “indestructible Titanic”.

Todas nuestras acciones desordenadas, manifiestas en pasiones bajas, odios, iras, rencores, resentimientos, malicias, vicios, concupiscencias, glotonerías, aberraciones, torpeza, falta de entendimiento, pereza, apatía, irresponsabilidad, desorden, impureza, idolatría, pecado, avaricia, blasfemia, menosprecio, inmundicia, egolatría, soberbia, pensamientos con doble sentido, vocabulario soez, vulgaridad, etc., son la parte expuesta cual punta del iceberg. Consideremos ahora toda aquella masa oculta que se encuentra quizá en las profundidades del mar, tal vez anclada a verdaderas fortalezas espirituales, las cuales no se ven, pero allí están. Gobernando ocultamente lo que sólo alguien espiritual podrá apreciar, pero Dios en su infinita misericordia, hoy quiere develar ante nuestros ojos estos misterios ocultos a otros, para que nos conozcamos a nosotros mismos desde las profundidades de nuestro ser íntimo y espiritual. Quiénes realmente somos y sólo así poder clamar con toda el alma: ¡¡¡soy malo y perverso!!!  Señor: ¡Necesito cambiar!

Sólo el hombre documentado de su propia realidad, será capaz de pedir el pronto auxilio para caminar su propia ruta establecida por Dios y ser verdadero y limpio, mediante la activación de la conciencia, elemento vital para alcanzar limpieza y salud espiritual.

Por otro lado, veamos también nuestras acciones que se encaminan a la piedad, las buenas obras, la misericordia, el amor, el desprendimiento, la nobleza, la paciencia, el gozo, la sabiduría, el entendimiento, la bondad, la paz, la benignidad, la templanza, la mansedumbre, el dominio propio, la inteligencia, etc. Consideremos los dos extremos que afloran en nuestra vida e iniciemos una nueva estrategia espiritual, en virtud de un análisis continuo y permanente de “mis acciones”, no las de los demás, sino las mías propias. Con el fin, no de condenarte a ti mismo, sino que sólo permanezcamos frontalmente ante el espejo perfecto de una conciencia activada, que viene como producto de la presencia del Espíritu Santo y una actitud sincera contigo mismo y principalmente, con el Dios que todo lo sabe y ante quien estamos totalmente desnudos. Y en una postura de imploración, esperar únicamente en su poder y su infinita misericordia, porque: “…de Dios es el poder, y tuya, oh Señor, es la misericordia…” (Sal.62:11). Y dice la palabra: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Sal.19:12-14). Tenemos ahora a diferencia de los que no tienen este mensaje, ni lo aceptan, un parámetro más de autoevaluación para considerar en una forma más real y sincera nuestra propia condición. Sabiendo que tenemos un sumo sacerdote, el cual se apiada de nosotros, ya que sufrió en carne propia el insulto de la tentación y la debilidad. Señor gracias por tu bendita palabra y porque venciste y hoy me das la oportunidad de conocer algo íntimo de mi propio estado espiritual, dame las fuerzas y el poder para el cambio, en pro de una limpia conciencia y mi salvación traducida en vida eterna. Amén y amén.