«Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare.  Llévame a la roca que es más alta que yo.  Porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo.  Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas.  Selah»  (Salmos 61:2-4), compartiendo con un joven pero viejo amigo me decía “la fe es el más grande tesoro que un hombre pueda tener…” a lo cual, lógicamente, afirme con un ¡Amén!!

Y es que mis amados hermanos, el hombre común y corriente, que no conoce al Dios vivo y a su hijo Jesucristo, el cual está hundido dentro de un mundo materialista y escéptico a las manifestaciones del poder de Dios, e ignorante de las grandes y maravillosas promesas hechas por nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se afana por dejar como herencia a sus hijos bienes materiales; conocimiento científico que le garantice un futuro mejor, económicamente hablando naturalmente; fortuna que le permita a su descendencia una vida cómoda y placentera en medio de una sociedad que está manipulada por el marketing y esto la lleva a ser prisionera de un esclavizante espíritu consumista.  Otros consideran que su herencia es el honor de un nombre o apellido el cual les da altura social y se esmeran en ministrar la inmortalización de una familia, etc.  no se dan cuenta que al hacer esto lo que hacen es trasladar de una generación a otra la misma cadena que el diablo uso para mantenerlo mientras este hombre vivió esclavizado a este mundo y su sistema de vida.  Ahora, no estoy en contra de la actitud responsable de un buen padre que se esmera por dejar a sus hijos una herencia que tenga estos y otros valores, es también bíblico el hacer esto, leamos: «…pues no deben atesorar los hijos para los padres, sino los padres para los hijos.» (2ª. Corintios 12:14) claro que es bueno, pues hay algunos padres irresponsables que ni siquiera esto dejan a su descendencia.  Ahora bien el punto de lo antes escrito es que si hay algo sublime, divino, útil para todo, es heredar a nuestros hijos la fe, aunque debo de reconocer que la fe verdadera es un don divino, pero nosotros como seres humanos debemos esmerarnos por inculcar este preciado tesoro a nuestros hijos a través de una enseñanza “audio visual” como lo diría el Señor a los hebreos: «Por tanto, pondréis estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma, y la atareis como señal en vuestra mano, y serán por frontales entre vuestros ojos. Y las enseñareis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes, y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas…» (Deuteronomio 11:18-20) el poder ministrado del verdadero creyente debe afectar a su descendencia, debe dejar marcas imborrables en la mente de sus hijos, tal el caso de Timoteo, discípulo amado de Pablo, a quien el Apóstol le hace memoria de la herencia de su abuela y luego su madre las cuales “tatuaron su memoria” con ejemplos de fe genuina, leamos: «Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habito primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.» (2ª. Timoteo 1:5).  Observe la secuencia; Loida se esmeró en heredar en su hija Eunice la fe verdadera, no fingida que Dios le dio y ella a su vez, se esmeró en heredar en su hijo Timoteo, este poder divino lo que le permitió con la ayuda de Dios, llegar a ser el discípulo amado de aquel gran apóstol, San Pablo, quien en uno de sus escritos se refiere a Timoteo en estos términos: «…Pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros.  Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús.  Pero ya conocéis los méritos de él…» (Filipenses 2:20-22)

El poder de la fe vuelve al hombre un ser extraordinario, capaz de controlar, con el poder de Dios, sus emociones y tener una visión de vida totalmente diferente a la general, no solo es capaz de calmar las turbulencias de su vida interna sino también lograr la preciada paz, en medio de la tormenta, un hombre de fe ministra paz.  La fe me da acceso a los tesoros divinos, a la naturaleza divina, a la intimidad divina.  ¡Bendita Fe! Y el justo por ella vivirá, los frutos de la fe (obras) no se forzan, brotan espontáneos como un efecto automático de la presencia del Espíritu de Dios en el verdadero creyente.

Que Dios nos ayude y nos provea de este tesoro, Amén y Amén.