Todos los hombres, en nuestra conducta y desenvolvimiento en el espacio constituido por la vida misma, somos el resultado de la siembra de una o varias culturas que a su vez forman “nuestra cultura”, la cual está estructurada multidisciplinariamente,

cubriendo aspectos desde meras costumbres y tradiciones -sin mayores fundamentos-, hasta doctrinas bien documentadas, basadas en la filosofía o en la ciencia humana.Total, nadie es original; somos clones imperfectos o copias, de malas copias. Y en tal virtud, los errores de nuestros antecesores desde Adán, seguirán rumbo a una degeneración caótica que arrastra a la humanidad entera y la que a su vez, sufrirá la destrucción total junto con Satanás y sus hordas, como los creadores originales de la maldad, la cual discurre dentro de una nebulosa de engaño e incertidumbre, fundamentados en el egoísmo, la vanidad y la soberbia; genes malditos, que gobiernan la mente de la humanidad por completo: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn.5:19). En esta línea de ideas y pensamientos, sabiendo que: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios…” (Ro.3:23). Y que: “…No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay bueno, no hay ni siquiera uno…” (vs.10-18). Y si no hay ninguno que entienda… ¿En dónde está la salida o solución para alcanzar la gracia y la benevolencia del Altísimo? He aquí la respuesta en nuestro título: “La revelación de Cristo a mí”. Esto habla de un llamado, de un escogimiento divino, de un entendimiento personal e intransmisible por voluntad humana; de una gracia sublime, por eso enfatizo: “a mí”.  Y esto, fundamentado en pasajes bíblicos y doctrinales, como aquel que reza: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…” (Jn.15:16). También expresa el apóstol Juan: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna” (1Jn.5:20).

         Llama profundamente la atención. Además, en las palabras tan contundentes y posesivas del apóstol Pablo cuando se refiere a “mi evangelio”. ¿Y por qué se refiere tan así? Porque él entiende -según lo expresa a los Gálatas- que habiendo militado tan fielmente en el judaísmo, en donde perseguía y mataba cristianos y que quizás fuera más celoso que muchos en cuanto a tradiciones de sus padres, ahora viene y se refiere a un evangelio que: “…no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por REVELACIÓN de Jesucristo (…) Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, REVELAR A SU HIJO EN MI, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre…” (Gá.1:11-16). ¡Qué maravilloso y qué glorioso! Que alguien según escogimiento divino, reciba tal revelación, la cual llenará de seguridad, ante un fenómeno personal e indubitable, de un amor personalizado. Y esto, no sólo para un ministerio o trabajo específico, sino también para una seguridad de salvación y vida eterna en Cristo Jesús. Pero esta peculiar estrategia divina, no debe de ocurrir sólo al apóstol Pablo, ya que debe ser nuestra propia experiencia personal, la cual le dará forma, figura y estructura indiscutible de que somos hijos de Dios. Y que Cristo debe revelarse en mí, como señal de un verdadero llamado y no ser un simple religioso tradicionalista más -sin hechos vivenciales-, sino que han de manifestarse en obras espirituales que se traducen en servicio, negación, equilibrio, perseverancia, amor y entrega. Además de las amplias manifestaciones en cuanto a dones y ministerios dentro del cuerpo de Cristo. Lo que en adelante, será la causa y razón de nuestra labor cotidiana. Sin importar esfuerzos, que no todos los humanos estarán dispuestos a vivir; no esperando recompensa de hombres, sino el incomparable beneplácito de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz resplandeciente. Y que podamos decir con toda convicción: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…” (Gá.2:20).

         Entonces, con esta perla del conocimiento doctrinal -contenido en la palabra-, conscientemente cada uno deberíamos incursionar en los archivos más íntimos de nuestro ser en la siguiente interrogante: ¿Verdaderamente he recibido la revelación de Cristo en mi vida, o sigo siendo un mediocre imitador de mi cultura heredada y sin inteligencia? Dice el Señor: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer.33:3). Así dice el Señor. Amén y Amén.