En el mundo por no conocer a Dios que es la verdad, se valora la ciencia terrenal que crece; la fe escasea y el amor a Dios y al prójimo se enfría. Los que nacimos de nuevo -al oír a Dios que es Espíritu-, gozamos la paz que el mundo busca, pero que no tienen por no creer en la verdad que da libertad y la vida eterna. El mundo y su ciencia engañan y dañan la ecología y la salud, dando beneficios económicos a pocos y someten a los pobres a desnutrición y hambre. Sumemos a esto la contaminación del ambiente con el CO2 y la muerte de los peces -que se alimentaban y nos alimentaban- por el efecto residual de los productos químicos que usan los grandes productores, la contaminación de aguas servidas de fábricas y de ciudades. Afectando la salud y la economía, en especial a las familias que viven del campo y de los productos naturales. Agreguemos la corrupción que esperan frenar con la ayuda de la justicia que viene del exterior. Además de todo esto, la producción de drogas que demandan los países desarrollados. En este negocio, hay círculos que se enriquecen por la demanda, beneficiando a narcotraficantes y a los estudiados, para recetar y vender tranquilizantes que necesita la comunidad que busca dinero y una paz efímera que experimentan los que no buscan a Dios, y por ello tienen miedo a todo, más a la muerte, por no creerle a Dios y a su palabra. A los que oímos a Dios y le amamos, tenemos la fe que Dios da a su pueblo.

      ¿Cómo vive el pueblo de Dios en el tiempo del fin? Estamos en el evangelio que trajo las buenas nuevas. Porque la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: “Mas el justo por la fe vivirá” (Ro.1:7). Siendo luz en las tinieblas del mundo, sabiendo que el mundo pasa y sus deseos, pero si hacemos la voluntad de Dios permanecemos para siempre.

      Recordemos lo que Dios le dijo a Josué, que llevaría al pueblo a la tierra prometida, acerca de no olvidarse de la ley para prosperar y que todo le saliera bien: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en donde quiera que vayas” (Jos.1:9). Nosotros tenemos al mismo Dios y esta promesa: “…cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P.3:13).   La justicia de Dios nos define así: En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios” (1 Jn.3:10). El que hace justicia es nacido de Dios, muriendo al mundo y naciendo del agua y del Espíritu. Lo que sembramos vamos a cosechar. Jesucristo dice a sus hijos: …mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn.14:27). Porque el perfecto amor hecha fuera todo temor.

      ¡La justicia sin Dios no existe! porque justo no hay ni uno, porque no hay quien busque a Dios, de donde nadie hace lo bueno; la boca engaña, está llena de maldición y amargura, corren para matar, sus caminos son quebranto y desventura, no conocen el camino de paz, no temen a Dios… (Ver Romanos 3:10-18).

      Si escuchamos la palabra de Dios y la guardamos, se ve el fruto si somos buena tierra -o sea humus- que dejó su pasado y se anonadó; Cristo nos habla: “…y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt.11:29).

      No olvidemos que para Dios, la religión pura y sin mácula será: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg.1:27).

      Hermanos, Dios en su misericordia nos sacó de las tinieblas y nos ha dado de su Espíritu para ir al mundo –justificados-, llevando la buenas nuevas a los pobres, ciegos… Señor, ayúdanos a llevar tu justicia a toda criatura, sin olvidar que toda injusticia es pecado y la paga del pecado es muerte. Amén.