Estamos experimentando como iglesia problemas sociales, como la economía, la educación y la política. Todo esto acentuado por la pandemia, por la muerte de gente de todos los estratos. En los países subdesarrollados, se da la migración a otros países para mejorar la economía. Ello da lugar a la desintegración familiar, con incidencia en la educación de los jóvenes, quienes consideran como alternativa la superación académica para salir de la pobreza.

Lo anterior afecta el crecimiento, que como iglesia de Dios debemos mantener mediante la palabra que se oye, para conocer y amar a Dios y a nuestro prójimo. Conocimiento que requiere escudriñar en casa, como lo dice la palabra para el pueblo de Dios, para llegar al arrepentimiento y búsqueda del reino, leamos: “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn. 3:5). El reino de los cielos no es comida ni bebida; el reino sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan.

Además, llegamos a conocer y entender esa buena voluntad de Dios, que es agradable y perfecta, leamos: “Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (Gá. 3:8).

Y también dice: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo…” (Ro. 5:1-5).

Recordemos que el pueblo de Dios fue afligido en Egipto. Y cuando clamó a Dios, él envió a Moisés para sacarlo de la esclavitud. Si estamos esclavizados, clamemos y Dios nos sacará a libertad. Las pruebas no son malas si amamos a Dios, pues junto con la aflicción nos mueven a buscar más de su palabra y a reconocer el amor de Dios. Y mediante la guianza de su Santo Espíritu, no olvidaremos el amor y la ayuda al prójimo, comenzando con  nuestra familia, que son los más cercanos.

Si hemos nacido de nuevo, Dios nos dice: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:5-6). Y no olvidemos esto: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Jn. 14:21).

En estos días ¿qué ha pedido?, ¿Lo ha recibido? La palabra dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí (…) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho” (Jn. 15:4 y 7).

A los que aman a Dios, todo les ayuda a bien. Así, las penas y aflicciones nos mueven con la guianza divina a buscar la razón y la verdad, para ser libres de las tenciones que se dan en el mundo, en el trabajo o en el hogar. Si clamamos para recibir de lo alto la palabra que se oye, será Dios quien nos guíe a estudiar la doctrina, la cual por amor se comparte con el núcleo familiar, que deseamos puedan ser miembros de la iglesia y parte del reino de los cielos.

Además, la guianza del Espíritu nos lleva a comprender que estamos en una guerra, en donde debemos conocer los planes de Dios. Y mientras partimos, cada uno de nosotros debe pelear esa buena batalla de la fe. En donde Dios ocupa el primer lugar y así podremos dejar casa, familia o tierras, para servir a los necesitados. Sabiendo que Dios nos dará mucho más y como galardón la vida eterna. Entiendo que antes de conocer a Dios, hicimos esfuerzos carnales por amor al mundo, al dinero y a las glorias vanas. ¿Cómo no debemos esforzarnos mucho más ahora, por lo que es verdadero?

En el camino del Señor, el angosto, debemos mantener y enseñar un fiel espíritu de servicio a los necesitados. Ya que si ignoramos este mandato de amor y servicio, la paga a recibir será lamentable, leamos: “Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mt. 25:45-46).

El profeta Daniel, hablando acerca del tiempo del fin, nos dice: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua. Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dn. 12:2-3). Busquemos la llenura del Espíritu Santo, para enseñar esa justicia divina en nuestros hogares. Que Dios les bendiga. Amén.