Desde los albores (comienzo o principio) de la humanidad, el hombre -contaminado por Satanás- ha manifestado un mal que a lo largo de los siglos se ha desarrollado, sin que haya nada que lo frene a nivel general, sino sólo personal y esto, únicamente a través de la transformación operada en el corazón del hombre por medio de la fe en Jesucristo. Pero -en términos generales- al hombre sin Dios, lo corrompe un inmenso sentimiento de amargura ministrado por Satanás en contra de Dios. Este ser infernal desechado por Dios ha trasladado su odio y resentimiento contra Dios en el hombre, arrastrándolo a revelar contra su prójimo y contra sí mismo, un profundo sentimiento de amargura manifestado en violencia, agresividad y odio, que arrastra –indefectiblemente- su alma al infierno; porque es –literalmente- imposible que un amargado  y resentido pueda ser salvo. Todo comenzó cuando el diablo fue rechazado por Dios en los cielos. Cuando quiso usurpar el trono de Dios mediante intrigas y engaños, logrando su macabro propósito en un tercio de los ángeles del cielo. Ante éste acto de rebelión, fue echado el diablo del cielo juntamente con todos los contaminados, convirtiéndose en demonios y ángeles caídos que vendrían a contaminar a los hijos de los hombres con el resentimiento de su fracaso en el cielo. La primera manifestación de este mal diabólico, la encontramos en Caín contra su hermano Abel, leamos: “…Y miró Jehová con agrado a Abel y  a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó (se llenó de veneno) Caín en gran manera, y decayó su semblante (resentimiento que quiere decir se debilitó).  Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante? Si bien hiciereis, ¿no serás enaltecido? y si no hiciereis bien, el pecado está a la puerta…” (Gn.4:4-7). Es importante observar que Caín se llenó de amargura contra su hermano Abel, cuando sintió el rechazo de Dios hacia su ofrenda y la buena aceptación que tuvo, de parte del Señor, la ofrenda de Abel. No obstante, cuando Dios observó el resentimiento de Caín, se toma el tiempo de explicarle el por qué de su actitud ante las dos ofrendas.  La ofrenda de Abel fue conforme a la voluntad de Dios y por eso fue calificada de «más excelente sacrificio que Caín»; pero Caín no oyó la voz de Dios y terminó asesinando a su propio hermano.

Este mal se multiplicó en toda la raza humana llenando la tierra de su resentimiento, contaminando toda la rueda de la creación.  Leamos: “Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.  Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser, porque la tierra está llena de violencia a causa de ellos…” (Gn. 6:11-13). Este pasaje es el preludio al diluvio que destruyó a los hombres de aquella época, sólo Noé y su familia -ocho personas en total- fueron salvos. Mi querido hermano y amigo, la raza humana post diluviana, volvió a corromperse igual o peor que la anterior, pues la raíz del mal no fue extirpada del corazón de los que sobrevivieron y ahora nos encontramos en un escenario similar o peor al que motivó a nuestro creador a destruir la tierra y sus habitantes, sólo que, en esta oportunidad, en virtud del pacto que Dios hizo con Noé de no volver a destruir la tierra y sus habitantes con agua, lo hará con fuego. Pero al igual que sucedió con Noé, Dios nos da la oportunidad de ser salvos de esta perversa generación, la cual está embriagada de resentimiento y odio contra Dios y su pueblo, el cual busca hacer su voluntad.

El antídoto contra el resentimiento es el amor; en él encontramos el poder de neutralizar todo el odio y resentimiento que exista en el corazón del hombre y es este amor, el que Jesucristo vino a ministrar al hombre, leamos: “El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor” (Ro.13:10). También dice la palabra de Dios: “Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1P. 4:8). Y además: “El amor… (no es indecoroso), no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.  Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser…” (1 Co. 13:4-8).  Este es el mensaje que Jesús trajo a los hombres, pero los hombres aman más las tinieblas que la luz, el odio más que el amor, la violencia más que la paz, el resentimiento más que el perdón, etc. Y usted ¿de qué lado está? El nuevo diluvio está preparado por Dios queramos aceptarlo o no, la profecía lo advierte. ¡Vamos hermano y amigo! eche fuera toda amargura, resentimiento, enemistades, envidias y enlacemos nuestras vidas en una verdadera fusión de amor nacido de corazón puro.  Cristo viene y su iglesia dice ven y el Espíritu dice ven y yo digo sí, ven Señor Jesús, ven…  Dios les bendiga.