Hay un dicho popular que dice: “Los hijos son el reflejo de los padres”. Esta es una gran verdad y no hay justificación que valga. No importa que trabajen o que como humanos puedan cometer errores; ellos los educaron, no fueron los hijos.

No hay de otra, cuando un joven o adolescente es un problema, hay que culpar y actuar con los padres, ya que ellos lo formaron así como es.  Cuando se suscitan estos problemas, es fundamental la participación de los padres y el reconocimiento en primer lugar de parte de ellos en la existencia del problema, de lo contrario la solución será mucho más complicada avanzar positivamente. Naturalmente que esta problemática tiene un límite de edad, pues llega el momento en que ya eres un adulto y eres tú el responsable de tus acciones. Lo lamentable de esta situación es que si la base no es buena, indudablemente que la construcción sobre ella será frágil y débil para resistir los embates de la vida y la forma como se enfrenten, quizás no sea la mejor, dice la palabra de Dios: “Si las primicias son santas (el fundamento), también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas”  (Ro. 11:16).  No cabe la menor duda que en un hogar donde no mora la luz de Cristo, predomina la ceguera espiritual en todo. Y en ese entorno de tinieblas, no podemos esperar que los padres sean capaces de trasladar a sus hijos valores espirituales que no poseen ni entienden.  No son capaces de trasladar, a manera de herencia intangible, valores espirituales poderosos que armen y blinden a sus hijos contra los acosos de Satanás y su sistema. Todo lo contrario, desde muy chicos están siendo instruidos para vivir y amar lo material, su alma que es espiritual quedará atrapada en el cuerpo material y carnal sujeto a las pasiones y debilidades de la carne, tales como: “…adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas…” (Gá. 5:19-21).

Dice la palabra de Dios: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo” (Pr. 19:18). El sentido de la palabra “castiga” del griego “kolazo” es podar o restringir. Dicho en otras palabras “el castigo establece límites al niño, para podar lo malo”, y esto, recomienda el Señor, hay que hacerlo cuando todavía hay esperanza, eso quiere decir mientras es niño.  Y agrega el santo consejo de Dios: “No te apresures a destruirlo”. Se castiga para mejorar no para empeorar. Se castiga por amor al alma del niño, no para desahogar furia e ira reprimida. Se castiga para construir y edificar no para destruir.  Si queremos hombres y mujeres de bien, pues corrijamos bienLeamos: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Pr. 13:24).

A mis queridos hermanos  y amigos que leen esta carta, si comprendiéramos y aplicáramos este versículo de la Biblia, estoy seguro que el mundo sería un lugar muy diferente al que actualmente conocemos. Estas son palabras de nuestro creador, no la opinión de un hombre con respecto a la educación de nuestros hijos.  Pero la ponemos en tela de duda y preferimos valorar la opinión de los hombres que han estudiado la conducta humana y han sacado sus propias conclusiones, diametralmente opuestas a las de Dios nuestro creador, y a pesar de que somos testigos y víctimas oculares del fracaso total de la pedagogía humana, prefieren creerle más a los hombres que al mismo creador del hombre.  Y esto no sólo los que no tienen a Cristo, sino muchísimos “cristianos” prefieren valorar más la opinión de los psicólogos y no las palabras de Dios.  No detenga el castigo, ayude al hijo rebelde a restaurar su conducta a lo recto y correcto para que su vida sea mejor.  Es de todos sabido que “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15). Observe que dice la necedad está “ligada” al corazón, o sea que es una conducta que podríamos decir, es natural de la carne. Venimos con esa herencia congénita de rebeldía, pero Dios nos da la estrategia para ser libres de ese mal y es: la vara. Sin temor a equivocarme, pienso que muchos no estarán de acuerdo con esta afirmación, pero los hechos me asisten para ratificar mi afirmación, pues dice la Biblia: “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre” y añade la Palabra de Dios: “Corrige a tu hijo, y te dará descanso, y dará alegría a tu alma” (Pr. 29:15 y 17). Mi querido hermano, cuál de estos dos versículos quiere ver cumplirse en su vida o tristemente le está tocando sufrir el primero. Sí, mi amado hermano, corrija con amor a su hijo, velando por el futuro de su alma y de su vida sobre la tierra. Clamemos al Señor por sabiduría y entendimiento para ministrar en nuestros hijos la voluntad de Dios.  Ayudémosles a restaurar lo que cayó en desorden en sus vidas, con el poder y la misericordia de nuestro Salvador Jesucristo. Dios les bendiga.