En la Biblia se destaca la misericordia de Dios como una disposición suya que beneficia al hombre pecador. Somos salvos por la misericordia y la gracia de Dios, leamos: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó (…) nos dio vida juntamente con Cristo…” (Ef. 2:4-5). Y también dice: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo…” (Tit. 3:4-5).

          El apóstol Pablo nos recomienda valorar la misericordia del Señor, buscando el ser guiados por el Espíritu, para que no estemos bajo la ley y podamos tener control sobre las obras de la carne. Para ello necesitamos la llenura del Espíritu, la cual tiene evidencias o frutos, leamos: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”  (Gá. 5:22-23). Esto nos recuerda que el Señor Jesucristo dijo: “Sin mí nada podéis hacer”, refiriéndose a la necesidad del bautismo en agua y del Espíritu, para amar a Dios y al prójimo, así como él nos amó y murió, pero resucitó.

          La misericordia de Dios nos motiva a reflexionar y estudiar en casa, en familia, sobre la importancia del proceso para pelear y vencer al mundo y a los deseos de la carne. Esto será de mucha bendición para los jóvenes, al conocer la experiencia de los adultos que están sirviendo y creciendo en la fe, el amor y la esperanza. En toda carrera se requiere de preparación, esfuerzo y lucha para alcanzar la meta. Y las Sagradas Escrituras nos muestran el camino, por ello debemos escudriñarlas, para poder llegar a la vida eterna.

El Señor Jesús fue tentado por un intérprete de la ley al preguntarle: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:36-40). La misericordia del Señor se manifiesta para el hombre, pero no todos pueden entenderla, aprovecharla o valorarla.

          El pecado que se da en el mundo, divide y separa al hombre de Dios, pero el Señor nos otorga su misericordia para que valoremos su amor. Por eso Salomón nos dice: “Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14).

El Señor a su pueblo dice: “…ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (…) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive a causa de la justicia” (Ro. 8:1 y 9-10). La misericordia nos permite tener una nueva forma de vida, en donde podemos agradar a Cristo y ponernos al servicio de la obra del reino de los cielos.

          La palabra advierte sobre el juicio, al final, que se determinará por el amor a Dios y al prójimo. En donde Dios premiará a los que siguieron la piedad e hicieron misericordia para ayudar al necesitado, leamos: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25:34-40).

          Y para aquellos que no aprovecharon esas oportunidades de servir, ayudar y de hacer uso de misericordia a los necesitados, también recibirán el pago de su indolencia, leamos: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles (…) Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Vs. 41-46).

          Dentro de esa bondad de Dios, hoy tenemos una oportunidad más de ser llamados a valorar y entender la misericordia, por medio del sacrificio del Señor Jesucristo por nosotros. Permanezcamos en esa bondad, pues el que valora la misericordia, oye y obedece con amor. Que Dios les bendiga. Amén.