“Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado…” (He. 12:4). Si hay un ejemplo poderoso en la Biblia, sobre una batalla encarnizada y terrible, que no se compara a ninguna otra, es la que libró el Señor Jesucristo contra Satanás, el padre del pecado. Satanás tuvo que echar mano de toda sus habilidades, estrategias y armas, para intentar derrotar a su enemigo mortal, que era Cristo Jesús.

Cristo vino a este mundo con la misión, de parte de su Padre, de vencer a Satanás en su misma dimensión espiritual y en su propio territorio o campo de influencia, que es el mundo. Y el ser humano es el principal objetivo del diablo y de su macabra obra: matar, hurtar y destruir; no sólo el cuerpo mortal del hombre, sino condenar mediante el pecado, el alma al infierno.

Fue una verdadera batalla sin cuartel, poderosa, librada en los aires y sobre esta tierra. El diablo tuvo que recurrir a todas sus legiones de demonios y ángeles caídos, para hacerle frente al único que se había atrevido a enfrentarlo, a Jesús, el Cristo de Dios, leamos: “Ninguno puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa” (Mr. 3:27).

Desde que el hombre perdió el control de la administración de la creación de Dios, en el huerto de Edén, por el pecado de la desobediencia de Adán y Eva, Satanás tomó abusivamente el dominio sobre la raza humana. Adueñándose y esclavizando abusivamente todo a su sabor y antojo. Y ministrando en el corazón poseído del hombre toda su maldad.  Prácticamente el mundo quedó bajo su dominio (léase 1 Juan 5:19). Este personaje, Satanás, es el hombre fuerte contra el cual el Señor Jesús vino a pelear para vencerlo, atarlo y así saquear su casa (el mundo). Y a los liberados, el Señor los empodera al perdonar sus pecados y bautizarlos con su Santo Espíritu.

Cristo Jesús, con su obra consumada en la cruenta cruz, abrió la preciosa oportunidad al hombre de liberarse del pecado, que es el aguijón de Satanás, y de esta manera liberarse de la esclavitud a la cual estaba sometido de por vida por Satanás. Este principio liberador, obrado por el Señor Jesús, es confirmado en el siguiente pasaje: “¿Será quitado el botín al valiente? ¿Será rescatado el cautivo de un tirano? Pero así dice Jehová: Ciertamente el cautivo será rescatado del valiente, y el botín será arrebatado al tirano; y tu pleito yo lo defenderé, y yo salvaré a tus hijos” (Is. 49:24-25).

Así es, mi amado hermano lector, tú eres el botín o el cautivo que el tirano Satanás ha tenido bajo sus prisiones y grotescas cadenas, humillando y condenando tu preciosa alma. Tú puedes proclamar y hacer tuya la gloriosa victoria de Cristo en la cruz. Pero tienes la urgente necesidad de imitar la batalla encarnizada y tremenda que Jesús libró contra el hombre fuerte, Satanás o el diablo que es lo mismo, entiéndase el valiente o el tirano del pasaje bíblico citado.

Jesús es nuestro ejemplo poderoso. Tenemos que pelear la buena batalla de la fe. Lógicamente, seremos objetos de burlas, escarnios, golpes morales y espirituales, que muchas veces nos llevan a sentirnos débiles e inútiles, incapaces de seguir adelante; y no serías la excepción, pues el Señor Jesús experimentó lo mismo.

Yo te animó, en el nombre de nuestro Salvador Jesucristo, a que no desmayes, no te rindas. Dios, nuestro Padre, prometió que nos salvaría y nos defendería. Él sabe cuán frágiles somos. Pero Cristo nos enseñó la manera de pelear, no con armas humanas, sino con las que son poderosas en Dios, para la destrucción de fortalezas demoníacas, entendiendo esto: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6:12).

Si somos hijos de Dios, redimidos por su muerte en la cruz y lavados nuestros pecados con su bendita sangre, entonces hemos sido iluminados por la preciosa luz del evangelio e indefectiblemente tienes que estar librando la batalla contra el pecado. Es un efecto inmediato, te conviertes en un soldado de Dios y en un hijo de la luz que combate las tinieblas satánicas que envuelven al mundo entero. Leamos: “…después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos; por una parte, ciertamente, con vituperios y tribulaciones fuisteis hechos espectáculo; y por otra, llegasteis a ser compañeros de los que estaban en una situación semejante” (He. 10:32-33).

Mi querido lector: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Ro. 12:21). Nunca te descuides ni creas que ya venciste, no cantes victoria antes de tiempo; esto es muy peligroso. Ten cuidado de ti mismo. Pelea contra el mal en tu casa, en tu trabajo, en tu vecindario y en tu congregación. Naturalmente con el Espíritu Santo, con esa gracia que permite que las verdades no ofendan sino redarguyan la conciencia de tu prójimo.

Sigamos el ejemplo de Cristo: “Sometamos nuestra voluntad a Dios; resistamos al diablo, y huirá de nosotros” (léase Santiago 4:7). Le ruego a mi Salvador Jesús que sostenga nuestras vidas con su mano de poder, para llegar hasta el fin combatiendo contra el pecado. Que Dios te bendiga mi amado hermano. Amén.