La fe es el don de Dios para su pueblo, que se obtiene oyendo la palabra, para creer y entender los misterios divinos. Además, tiene la función doctrinal de llevarnos a la conciencia del amor de Dios; y que podamos pelear contra el enemigo de nuestras almas, quien ofrece satisfacer los deseos carnales y dar glorias vanas. Pero los que hemos sido justificados y ahora servimos, estamos entendiendo la palabra de Dios que nos dice: “…si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mt. 17: 20).

La palabra se debe recibir con mansedumbre y escudriñar las Sagradas Escrituras, para afirmar la doctrina continuamente. Para ello, las aflicciones o pruebas nos ayudan y nos mueven a velar y orar. Recordemos la experiencia de los discípulos, en donde Judas cayó en tentación y entregó a Jesús por amor al dinero.

Para perseverar en la obra del Señor, en la iglesia se da como una necesidad, además de las reuniones normales, los diferentes retiros durante el año, para jóvenes, para ancianos, para matrimonios, para niños, buscando en ellos, la unidad y el amor. Tenemos dos estudios por mes con los pastores. Semanalmente hacemos nuestro estudio de la carta doctrinal en los campos, para estudiar el documento en familia. Y terminamos a finales de año con el retiro general.

Todo esto, buscando la perseverancia y la preparación para la venida del Señor Jesucristo, ante el aumento de los falsos profetas. Las Escrituras nos dicen: “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mt. 24:11-13).

Dios dice a su pueblo: Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarse, y cuando te levantes” (Dt. 6:4-7).

          La palabra que tenemos y las condiciones que se viven en el mundo, nos mueven a orar para no caer en las trampas y la astucia del enemigo. Pidamos a Dios entender y vivir la palabra mediante el Espíritu, dependiendo de Dios. El Señor nos dice: “…porque separados de mí nada podéis hacer (…) Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:5 y 12-14).

          ¿Quiénes son los amigos de tus hijos? Dediquemos tiempo a nuestra familia, para que juntos podamos enfrentar al enemigo con la palabra y el Espíritu de Dios. En ese sentimiento de amor, podremos pelear y vencer al maligno, leamos acerca del amor: Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (1 Co. 13:7-8).

          La palabra nos dice: “Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en este verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como el anduvo” (1 Jn. 2:3-6).

Leamos también: “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (Vs. 14-17). Lo expuesto es el resultado de la nueva vida, mediante la llenura del Espíritu Santo.

El joven Timoteo fue guiado por su madre y su abuela, quienes le enseñaron el amor y temor de Dios. Esta base le permitió servir al apóstol Pablo, de quien recibió palabra y Espíritu. Y fue de mucha ayuda en algunas epístolas, hasta confiarle el pastoreo de la iglesia más importante, Éfeso, dando frutos de amor a Dios y a la obra misionera, donde nos dice: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden al hombre en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:8-10).

Por último, el apóstol Pablo nos lleva a reflexionar con el siguiente pasaje: “Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Co. 13:2-3). Gracias Señor por tu amor. Que Dios les bendiga. Amén.