La eternidad para todos los hombres, es algo. Sí, algo, nada más que algo. No tiene forma, contexto ni claridad sensitiva y menos espiritual. Por lo tanto, está únicamente en la mente humana, como algo inalcanzable e incomprensible. Bajo esa perspectiva, el hombre inicia una extraña búsqueda para perseguir o hallar, mediante la materialización de entes o dioses, alguna esperanza de eternidad. De allí, los ídolos o imágenes de animales, planetas, el viento, el sol, la lluvia, la luna, los astros y en un mayor extremo, los ovnis o extraterrestres.

En este afán, la triste humanidad ha buscado el perfeccionamiento de su anhelo en la “mal llamada ciencia”. Y partiendo de ideas o pensamientos, formula premisas, hipótesis, teorías, las cuales al final son incongruentes ante la realidad y cambiantes de acuerdo a los resultados y circunstancias. Pareciera todo tan real, pero al final sólo hay confusión. Porque una nueva teoría echa por la borda todo y lo que hoy ganó hasta el “Premio Nobel” de cualquier rama de la ciencia, mañana quizás se encontrará que no era tan así o que fue un error total. Pero con sus consecuencias funestas aun para toda la humanidad.

Esto es de todos los días. Sin ir muy lejos, los “grandes científicos de este siglo XXI”, tan respetables y con tanto avance tecnológico, al verse ante una pandemia como la del “COVID-19”, iniciaron un concurso de ciencia contra reloj, para encontrar la vacuna perfecta. Y por fin, entre un juego de “ADN, ARN mensajero sintético y demás”, dijeron que todo estaba listo e iniciaron una campaña de millones de “conejillos de indias” (humanos), sin medir consecuencias. Obligados por cuestiones políticas, económicas y otras.

El caso es que al final no se sabe si estas supuestas “vacunas” (realmente no lo son), funcionaron para algo o si la naturaleza, mediante la “inmunidad de la misma comunidad”, fue la verdadera solución. Por otro lado, hoy se están sufriendo múltiples padecimientos post vacunación, como problemas del sistema nervioso, cardíacos, en el sistema inmune o defensas, atrofias musculares, anomalías fetales, cáncer u otros.

Tan severos, que por el manoseo genético podría tener repercusiones en generaciones futuras, dejando muestra a la posteridad de la forma tan empírica y absurda, hasta criminal, con la que se obligó en trabajos, aeropuertos, oficinas, escuelas y hasta iglesias, a adultos, niños y mujeres, aun embarazadas, a administrar algo. Sólo porque las industrias farmacéuticas y los científicos dijeron: “esto es la esperanza para la humanidad”, siempre en vistas de una eternidad incomprensible para el homo-sapiens.

En un congreso reciente en Costa Rica, la Dra. Karina Acevedo Whitehouse, reconocida mundialmente, de la Universidad de Querétaro, por su trabajo científico publicado en revistas como The Lancet, Journal y muchos libros famosos de ciencia, expresa que las vacunas del COVID no eran vacunas. Que fue un engaño y un verdadero “crimen social”. Y que las secuelas de estos productos son por lo menos de unas mil doscientas documentadas y muchas que se verán en el camino. ¿Cómo es posible entonces, que semejantes errores ahora los declaren otros de sus mismos científicos? ¿Verdad que sus expectativas de esperanza y eternidad son más que absurdas?

Pero esto es lo que sucede a los hijos de Dios: la palabra del Señor nos ha dotado de algo maravilloso para el corazón y el entendimiento, leamos: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; «y ha puesto eternidad en el corazón de ellos», sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin (…) He entendido que todo lo que Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá; y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres” (Ec. 3:11-14).

Esto es maravilloso. Sin embargo, para aceptar la esperanza de la eternidad como real en nosotros, necesitamos de ese perfecto don de «la fe en Dios» y dice la palabra: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:17-18).

La iglesia verdadera de Dios se ampara y se aferra a la eternidad por medio de la fe en Dios, la manifestación de Jesucristo como autor y consumador de la fe y con la virtud vivencial del Espíritu Santo con nosotros y en nosotros. Y mediante esto peleamos en contra del pecado y de nuestras pasiones de la carne. Y dentro de nosotros mismos hay un testimonio vivo que: “Estamos en el mundo, pero no somos de este mundo” (léase Juan 17:16).

En la pasada pandemia, como iglesia, recibimos de Dios el no aceptar las “vacunas” propuestas por los científicos. Y bajo críticas como: ignorantes, trogloditas, anti vacunas, insensatos y más; algunos perdieron su trabajo, a otros les negaron oportunidades, avergonzándolos. Pero nos sostuvimos en ánimo y fe sabiendo que la eternidad con Dios no depende de voluntad humana ni aun la vida ni la muerte, que están en su sola potestad. Hoy, ante estas evidencias del fracaso de los hombres declaramos que: “…Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Ro. 10:11). Hubo muertos por aquí y por allá, pero mi Dios libró a su pueblo. Nuestra casuística de COVID fue bajísima y la mortalidad fuera de cualquier estadística nacional. ¡A Dios sea la gloria por siempre!

Amados hermanos, que en nuestro corazón y nuestra mente queden grabados estos eventos inéditos y sin parangón. Exaltemos, obedezcamos y alabemos a nuestro bueno y gran Dios, que siempre ha estado con su pueblo.

Además, en esta línea de vida, seguro que estaremos con él por siempre y para siempre en esa eternidad que, aunque no la comprendemos a cabalidad, tenemos la certeza que existe y vamos para allá. Ánimo iglesia y adelante. «Hasta la eternidad con él». Así sea. Amén y Amén.