Amados hermanos y consiervos: estamos viviendo los últimos tiempos, en donde el principal componente del universo social es precisamente, “la opulencia de la apostasía”. En donde cada día se hace más enfático el tema del menosprecio a todo lo concerniente a Dios, a la piedad y a todo aquello que de una u otra manera, está relacionado a la búsqueda de lo eterno.

El hombre busca en la molicie, la realización humana a granel. Y la autosatisfacción, es la sublimación de lo que en realidad obedece únicamente a la percepción de sus sentidos materiales. Adjuntando tal vez, algunas emociones o sentimientos místico-románticos, respecto a las artes, las ciencias, la literatura, la diversión, parapsicología y algunos conceptos filosóficos de “los grandes pensadores” de este mundo.

Esta propensión es cada día más notoria, ridiculizando aún a toda tendencia y valores de los seres que, aunque tal vez imperfectos, guardamos la esperanza en fe, de una nueva generación. Basada en la misericordia, la justicia y la verdad espiritual. Revelada por Dios mismo a una humanidad errática, quienes como ebrios y adictos de pasiones bajas y satisfactores temporales, deambulan como títeres o zombis (cadáveres reanimados), dirigidos por Satanás mismo, quien mediante sus valores de envidia, odio, rencor, avaricia, lujuria, resentimientos, etc., domina a la humanidad completa, leamos: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Estas manifestaciones perversas, antes descritas y bien polarizadas dentro de todos los regímenes sociales, hacen que nosotros como fieles cristianos, amadores de Dios y cumplidores de sus mandamientos, suframos el impacto del desprecio, el aislamiento y la execración. Y con fuertes críticas y censuras, logran lastimar aquellas áreas sensibles y humanas, pendientes de morir dentro de nosotros, provocando sufrimientos y lágrimas. Y en cuanto más apliques la justicia, que es darle la verdadera honra al Dios vivo y verdadero dentro de este mundo que no es nuestro, se intensificará el asedio de parte de los adoradores de Satanás, de donde reciben su inspiración maligna.

Sin embargo, sea bendito nuestro Dios, porque hay promesas maravillosas para compensar ese dolor y sostenernos firmes y sin caída ante la adversidad, leamos: “Bienaventurados los que lloran (…) los mansos (…) los que tienen hambre y sed de justicia (…) los misericordiosos (…) los de limpio corazón (…) los pacificadores (…) Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia (…) Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mt. 5:4-12).

Por otro lado, Jesús nos advirtió al respecto de que en este mundo tendríamos aflicción, él las primicias, y nos anima al decir: “…yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Esto habla de vencer. ¿Y qué y a quién vencer? Pues a todo sistema humano contrario a la fe, el que cada día más se alimenta de la idea del “dios hombre”. Y el cual aplica aun dentro de las mismas comunidades religiosas apóstatas, que si no nos alineamos a sus leyes, al margen de la misma fe (apostasía), aíslan a los mismos creyentes, cumplidores de la palabra; a los que el Señor dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:29).

Si logramos profundizar en el entendimiento de esta realidad espiritual, nos es necesario saber que habrá lágrimas. Sin embargo, este sufrimiento no nos debe desmotivar para seguir peleando ardientemente por la fe y la esperanza de la vida eterna. Y mientras estemos en este mundo, y esto sin ánimo de infundir miedo o falsas expectativas, diremos como expresa en el Libro de los Salmos, leamos: “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Sal. 126:5-6).

Esto habla de aquellos que han sufrido mucho llanto y sufrimiento por la causa de Cristo. Pero a pesar del dolor y las circunstancias adversas, no dejan de caminar y sembrar la palabra y todos aquellos valores espirituales y eternos inspirados en la fe y la esperanza de que un día habrá una grande cosecha en gavillas o manojos. Y seguros que todas las promesas serán cumplidas por la eternidad en la Jerusalén espiritual. A lo que también afirma la misma palabra: “No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gá. 6:9).

Amados hermanos, cada uno de nosotros tenemos nuestro propio llamado, el cual es irrevocable a pesar de las adversidades. Sabiendo que Dios mismo repartió dones a los hombres, para ser útiles dentro del contexto de vida en que nos es permitido vivir y trabajar. Además, Dios mismo nos capacitará, según sus planes y proyectos. No preguntes mucho, sólo di como los hombres fieles de la antigüedad: “Señor: ¿Qué quieres que yo haga?”. Luego, siembra la semilla día en día. A veces, en terreno fértil y otras, en terreno estéril. Algunas veces, aun siendo traicionado. Otras, en debilidad y angustia. Sin embargo, no te frustres ni murmures en tu corazón, porque Dios es el dueño de la viña y nosotros sólo colaboradores. Tú, sigue “andando y llorando”.

No te detengas hasta aquel día en que nuestra boca se llenará de risa y nuestra lengua de alabanza; y todos dirán: “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros y estaremos siempre alegres”. Dios es fiel y Santo, por tanto, así también nosotros, entreguemos todo lo que tenemos y luchemos hasta el final. Así sea. Amén y Amén.