Dijo un día el Señor Jesús a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres” (Mt.5:13). Esta afirmación, describía una responsabilidad enorme que se le asignaba a la iglesia judío-gentil. Ella realizaría un ministerio preservante y salvador para con el hombre, esclavizado por Satanás. Aquella pequeña iglesia surgía mediante el poderoso mensaje de un humilde hombre que provenía, humanamente hablando, de uno de los países más insignificantes del planeta, el cual es Israel. Este movimiento espiritual surgía con una potencia asombrosa. Nada detenía aquel impulso salvador contenido con hombres y mujeres sencillos y sin letras. No habían nobles ni poderosos como lo dice el apóstol Pablo: Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte…” (1 Co.1:26-27). Fue un movimiento “débil, humanamente, pero poderoso en Dios”.

Estoy seguro, que de haber sido iniciado por la flor y nata de los sabios y poderosos de aquel tiempo, hubiera tenido mucha relevancia y respeto. Pero Dios en su sabiduría lo hizo como lo hizo, para que nadie se jactara de los resultados.  Pues bien, la palabra acompañada por el poder de Dios comenzó a arder y provocó una tremenda influencia en el mundo habitado de aquella época. Las multitudes se convertían de las tinieblas a la admirable luz de Dios. Se desencadenó una guerra sin cuartel entre la luz y las tinieblas. En su afán de detener al ejército de Dios, conformado por aquellos humildes hombres, Satanás despliega todo su odio y amargura en contra de ellos. Los asediaba y perseguía por todas las ciudades y aldeas en donde ellos predicaban.

A muchos los asesinaban de la forma más cruel e inmisericorde. Hombres, mujeres, niños, ancianos, etc., pagaban el precio de su fe en Jesucristo. Lo tremendo es que entre más los perseguían y asesinaban, más se multiplicaban los creyentes. El mensaje, aunque sencillo pero poderoso, influenció también a personas importantes, los cuales se atrevían, aunque con miedo, a dar testimonio de su afinidad al mensaje de Cristo Jesús.  De esa manera, el mundo fue influenciado por aquella sal que permitía “ralentizar” el embrujo del pecado sobre la raza humana. La sal estaba surtiendo efecto sobre la tierra. El pecado y su promotor (Satanás) eran vencidos por el evangelio de Jesús, predicado por su iglesia.

Han transcurrido los siglos y tal y como el Señor Jesús lo profetizara, la iglesia ha ido perdiendo poder e influencia en la sociedad moderna. Aquel mensaje poderoso que producía conciencia de pecado y llevaba al ser humano al arrepentimiento y posterior conversión, ha sido sustituido por un mensaje tolerante, filosófico, ameno, elocuente, apóstata y débil, que lo más que logra hacer es producir “cristianos híbridos”, cuyo testimonio ya no produce impacto en los que los rodean, mucho menos a la sociedad.

La iglesia “se ha corrompido y mezclado” con el mundo. Ya no hay celo ni temor de Dios; se ha acomodado al mundo y no a Dios. La sal ha perdido el poder de salar y pronto ha de ser echada, dejará su lugar, el que Cristo Jesús le diera un día. Nos acercamos a pasos agigantados a ese momento de transición entre la iglesia judío-gentil y el momento que Israel como nación retome el papel profético del evangelio del fin. Dijo el Señor Jesús: “Porque os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt.23:39).

Sí, mis amados hermanos, Israel se volverá a Dios y a su Cristo, y lo reconocerán como su Salvador. Por eso, el debilitamiento de la iglesia es señal de que nos acercamos a ese momento crucial. Hay mucha bulla pero poco poder, hay multitudes de llamados pero pocos escogidos. El número de gentiles escogidos está por llenarse y el endurecimiento temporal de Israel está por llegar a su fin, leamos: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles…” (Ro.11:25).

            Sí, hermano, es importante retener lo que Dios le ha dado a su iglesia para no perder sus promesas, leamos: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero (…) He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap.3:10-11).  Que Dios les bendiga. Amén.