El amor de Dios no busca lo suyo, sino el bien de los demás; así Jesucristo dio su cuerpo y su vida para otorgarnos el perdón y la vida eterna: “…Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios,  para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí” (He.10:5-7). “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt.16:24). Con este ejemplo, los seguidores, hoy debemos morir al mundo y vivir para el que nos perdonó y nos da vida eterna.

Dios enseñó por medio de su hijo Jesucristo a la iglesia verdadera, a amarle a él y no al mundo porque el amor del Padre está en nosotros. Leamos: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1Jn.2:15-17). Así dejamos los deseos de la carne, de los ojos y las glorias vanas, porque el mundo pasa y sus deseos, pero si hacemos la voluntad de Dios permaneceremos para siempre. Por ello, debemos amar a Dios y al prójimo: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro.12:2). ¡Señor, ayúdanos a morir al mundo! Amándote a ti y al prójimo que está en el engaño, como estuvimos al no tener tu palabra que nos alienta para glorificarte, dándote frutos con perseverancia. Si oímos su palabra que produce la fe que le agrada y que nos permite vencer al mundo, lo anterior se obtiene y si nos mantenemos en comunión con los hermanos y con el Padre celestial que nos da poder, amor y domino propio (2 Timoteo 1:7). Mantengamos la unidad del verdadero pueblo de Dios, quien nos dice: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn.15:7).

Dios no cambia ni su palabra, por ello su iglesia es la misma desde el día de Pentecostés. Por esta razón soporta con paciencia las pruebas y tribulaciones al decirnos: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap.2:10). Por seguir al autor y consumador de la fe, seremos aborrecidos de todos por causa de su nombre: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt.10:22). Como parte de las señales del fin, tenemos “Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos; y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará. Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt.24:11-13). A la iglesia verdadera, él  nos advierte: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos” (Stg.1:22).

 El que no conoce a Dios, ama al mundo por lo que ve, lo que come o por las glorias vanas. David, que conoció y amó a Dios, nos dice a quienes creemos en el único Dios verdadero: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, Que da su fruto a su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará (Sal.1:1-3). Esta misericordia se dará si amamos a Dios y guardamos sus mandamientos, para no amar al mundo.

El hombre sin Dios, se cree más que los demás, pero con malicias, codicias, concupiscencias y avaricia, con miedos, sin la paz que anhela por no creer en el Hijo de Dios que nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn.14:27). Nuestro Dios no se ve pero nos gozamos en sus obras, porque él es Espíritu y busca adoradores en espíritu y verdad. Lo maravilloso es que le oímos cuando nos llamó para perdonarnos y cambiamos, y por ello, le seguimos para crecer y fructificar. Señor, ayúdanos a permanecer en tu camino guardando tu palabra que produce fe para vencer al mundo. Amén.