Hay muchas formas de glorificar a Dios, según los hombres, por lo cual cada uno habrá creado -bajo fundamentos filosóficos- diversidad de religiones, las cuales encierran mediante diferentes cultos o normativas de vida, el glorificar a Dios. Pero recordemos en primera instancia que: “Dios es Espíritu” y los que le adoren, es necesario que: “en espíritu le adoren o glorifiquen”. Gloria, del hebreo -shekhiná-, es la presencia o gran esplendor de Dios, el honor máximo. Sin embargo, en términos generales dar la gloria a algo o a alguien, es darle a ello o eso: honor, admiración, prestigio, bienaventuranza, fama, magnificencia, renombre, majestad, etc. En términos prácticos es realzar y engrandecer de diversas maneras. Para eso los hombres emiten palabras, poemas, frases, diplomas, trofeos y medallas, botones y anillos; con lo cual los humanos satisfacen su ego y estimulan su autoestima. Todos buscamos de alguna manera el ser exaltados, que nuestro nombre aparezca con el reconocimiento de “nuestras” virtudes o inteligencia y esto causa y mantiene la vanidad y el estimulo a una vida vacía, ya que -somos criaturas- por excelencia, manufacturadas por las manos, la ciencia y el arte divino y no nos pertenecen, siendo fugaces como nuestra vida misma. Tampoco las habilidades, ni la inteligencia, la sabiduría, la creatividad, la piedad, ni “nuestras” mismas obras, las cuales aun ya han sido predeterminadas por el Altísimo: “Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos, y ovejas de su prado” (Sal.100:3).

         Lo lamentable es cuando el hombre aceptó en su corazón que no necesitaba de Dios. Que por qué darle la gloria a alguien, si él era inteligente, capaz de razonar y analizar la vida, estableciendo sus propias normas de conducta. Con esto desplaza a Dios, arrebatándole la gloria que sólo le pertenecía al creador absoluto de todo lo existente. De allí en adelante, éste afrenta a su Padre mismo, luchando con razonamientos insensatos por alcanzar “su gloria” y crea mediante la mal llamada ciencia o método científico, argumentos -según él- comprobables, los cuales abarcan todas las esferas de su entorno, incluyendo las religiones mismas mediante la teología que pretende explicar y entender a Dios, por medio del razonamiento y la dialéctica (palabras y sólo palabras). “Él” jamás podrá ser estudiado por la mente humana ya que: “…el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente (…) Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?…” (1 Co.2:14 y 16).

         Todos los seres humanos, entonces, hemos heredado -mediante una genética espiritual- una mentalidad adámica, la cual será en ti y en mí, la de un buscar, siempre, nuestra propia gloria. Y el mundo mediante el materialismo, que es totalmente antagónico a Dios, retroalimentará con vanidades, laureles y reconocimientos nuestras tan ansiadas glorias. Jesucristo, bajo otra inspiración, a través del Espíritu Santo, trae uno de sus principales mensajes y es dar siempre la gloria al Padre, mediante la sujeción y obediencia en todo. Y en aquel momento, en el cual le ofrecen -algo de gloria-, expresa categóricamente: “Gloria de los hombres no recibo” (Jn.5:41). Y dice además: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (V.30). Pregunto: ¿Y quién es, como humano, capaz, legítimamente de despojarse de la gloria que da el mundo y retornarla al que verdaderamente la merece? Pues sólo aquellos que Dios conoció y escogió desde antes de la fundación del mundo. Aquellos que hemos recibido un llamado y mediante la intervención divina, hemos iniciado una carrera en el despojamiento del peso de -mi gloria-, la cual está constituida de todos esos valores, que incluyen aun hombres y posesiones vanas y temporales, adicional a todo aquello a lo cual le rendimos culto idolátrico: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mt.10:37-38). Ver y pesar todo esto, es imposible de cumplir y es allí, en donde únicamente mediante la operación del nuevo nacimiento, podremos ser renovados en: “la mente de nuestro entendimiento”. En donde no cabe ningún planteamiento, discusión, ni razonamiento humano, sino sólo el poder de Dios, al cual se refiere Jesús al afirmar del joven rico, ante la negativa de éste a renunciar a -lo suyo- que era mucho y los que oyeron esto dijeron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo? El les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios”. Aquí también Pedro se preocupa, porque se siente en el aire y dijo: “…nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Ver Lucas 18:18-30).

         Amado hermano, con todo esto si entramos en razonamientos humanos, seguramente viviremos frustrados e infelices. Pero Dios nos ha dotado de un maravilloso don espiritual que es la fe y ésta es y será por siempre, la única forma de llegar a la misma presencia del Altísimo y en el espíritu darle la verdadera gloria y alabanza al único y sabio Dios, ante el cual se doblará toda rodilla. El sólo quiere obediencia plena y sujeción en el espíritu. Quiera él hacernos desde hoy, verdaderos adoradores en espíritu y en verdad. Así sea, amén y amén.