Sin Cristo en el mundo, se teme a la muerte. Preocupa la muerte en las calles, más si ocurre en la familia o por la partida de un amigo o compañero. Para esto no hay acepción, mueren niños, jóvenes, personas de alto nivel, sabias o analfabetas. Un científico comentó la muerte de su amigo, un hombre de ciencia, que a las dos semanas de su retiro de la organización murió. El amor a los estudios y al trabajo fue tal, que no buscó pareja. La investigación era su vida. Este científico que comentó el caso, por temor a lo ocurrido a su amigo, al cumplirse el tiempo para su retiro, pidió continuar trabajando, lo cual se le concedió, pero unos años más tarde su defunción llegó.

En la vida cristiana, la muerte es parte de la vida, al tener la esperanza de la resurrección. Jesucristo, antes de concluir su ministerio, comunicó sus padecimientos, muerte y resurrección. Pedro oyéndole, le dijo: “…Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:22-23). Jesús pregunta: ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? (V.26). Porque el hijo del hombre vendrá y pagará a cada uno conforme a sus hechos. Si no conocemos los planes de Dios, nos afanamos para comer, beber y vestir. La palabra dice: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Desconociendo la verdad, trabajamos y nos enfermamos por lo material.

Si somos pueblo de Dios, escuchamos: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar (…) y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:28-29). Cuando no se anda en el camino del Señor, el mundo, sus glorias y deleites, impiden volver al amor de Dios, pues estamos amando al mundo. Y tenemos la advertencia: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él (…) Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15 y 17).

Dios espera de su iglesia fidelidad. No se puede servir a Dios y a las riquezas. El que se hace amigo del mundo, es enemigo de Dios. La maldad de esta generación, es el afecto de la ceguera que pone el maligno, para matar, robar y destruir. Llega el día en el cual estamos perdidos, clamamos a Dios, quien escucha para darnos su paz y su Espíritu, para conocer la verdad que da libertad. En la nueva vida entendemos que el Hijo de Dios, murió y resucitó para servir a los perdidos que no tienen fe ni esperanza. Con la nueva vida Dios espera que vayamos al mundo, anunciando el evangelio a los gentiles, contando lo visto y oído. Buscando la comunión con los hermanos, con el Padre y su hijo Jesucristo.

En este camino hay tribulaciones como prueba a nuestra fe, para adquirir la paciencia; sabiendo que a los que amamos a Dios, todo sirve para bien, aun la muerte, para lo cual somos llamados. Pablo nos dice: “Para esto yo fui constituido predicador y apóstol (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de los gentiles en fe y verdad” (1Ti. 2:7).

No temamos a la muerte, temamos el juicio, Leamos: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí (…) Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno…” (Mt. 25:34-41). Para este trabajo hay que negarnos, llevando la cruz y muriendo al mundo. Señor, ayúdanos a morir cada día para hacer tu voluntad. Amén y Amén.