Alguien dijo una vez: “el origen de todos los accidentes es el abuso de confianza”. Esto se refiere a cualquier ámbito de trabajo, tales como: carpintero, trabajando con máquinas altamente revolucionadas; herrero, trabajando con gases altamente inflamables; carnicero, usando cuchillos muy filosos; mecánicos, tractoristas, etc. Cada labor por muy sencilla o complicada que sea necesita de habilidad, conocimiento y concentración. Cuando descuidamos estos valores y so-pretexto de que somos expertos en aquella disciplina de trabajo, es cuando cometemos errores que pueden significar accidentes desde livianos hasta muy graves y en algunos casos fatales.

No cabe duda que el exceso de confianza nos lleva a descuidar la precaución y la prudencia.  Partiendo de este principio quiero llevarlos a la siguiente reflexión.  Exactamente como sucede en el campo laboral, igual acontece en el campo espiritual. Comenzando con nuestra personal relación con Dios, podemos llegar a tener un exceso de confianza de que él está conmigo y esta supuesta seguridad, me lleva a descuidar aspectos importantísimos de mi relación con nuestro Dios. Estamos tan seguros de su presencia y respaldo en todo lo que hacemos, que llegamos al extremo de perder la necesidad de Dios, él ya no es imprescindible para hacer lo que a él le agrada, pues yo ya lo puedo hacer.  Nos volvemos independientes y absolutos menospreciando su poder y presencia.  Esta es la condición de muchos creyentes actualmente.  Leamos: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap.3:17). Oiga la afirmación profética que el Señor Jesús dice de la iglesia del fin: «tú dices… de ninguna cosa tengo necesidad».  Si tan sólo comprendiéramos las palabras del Señor Jesús cuando dice: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:4-5). ¿Cómo pretendemos tener vida espiritual sin Dios, que es el que da de su espíritu? ¿Cómo pretendemos ser fuertes contra nuestro enemigo, si no clamamos por el maná, el pan vivo que descendió del cielo? ¿Cómo pretendemos enseñar a otros lo que somos incapaces de vivir, por falta de poder de Dios para vivir lo que sabemos de la palabra? No sea que se aplique a nosotros las palabras del Señor Jesús cuando dijo de los fariseos: “Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen” (Mt. 23:3).

Podemos estar tan confiados de que Dios está con nosotros que ya no oramos con necesidad ni fervor. Nuestras oraciones más parecen letanías sin sentimiento ni fe; pero pretendemos que Dios responda a nuestras exigencias, y hasta podemos llegar a reclamarle por no respondernos cuando le llamamos en el momento que queremos y en el lugar que le exigimos.  Dice la palabra de Dios del profeta Elías, oiga bien el profeta Elías, aquel que multiplicó el aceite y la harina, y que devolvió vivo al hijo de la viuda, etc., sí, ese Elías, dice de él la palabra de Dios: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró «fervientemente» para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Stg.5:17-18). La palabra de Dios no esconde la humana debilidad de su profeta, pero resalta la necesidad y el fervor de la oración de aquel siervo de Dios. Es más, dice que él era semejante a nosotros. Como quien dice que nosotros al igual que él, podemos acceder al mismo Dios como él lo logro.

¡¡Despertad!! Pueblo de Dios y humillémonos ante el Dios eterno, que juzgará a los vivos y a los muertos.  No vivamos adormeciéndonos bajo el embrujo satánico de la religiosidad, recuerden que pesa sobre la iglesia del fin, una profecía del Señor Jesús que dijo que había 10 vírgenes, de las cuales 5 estarían despiertas y 5 dormidas cuando el Señor venga. En este momento, ¿cómo está usted?  Tengamos cuidado y que no nos suceda lo que pasó con Israel en el año 10 D.C., todos los judíos se refugiaron en el templo porque estaban seguros que allí estaba Dios. Cuando el emperador Tito entró no dejó a ninguno vivo, ellos gritaban: “¡¡Templo de Jehová es este!!” pero Dios ya no estaba allí. ¿Está seguro que Dios está con usted hermano? Búsquelo con necesidad y con fervor, no deje de reunirse, ni se canse de servirle y seguirle.  Que Dios les bendiga. Amén.