Dios habla a su iglesia para no perder la paz y la fe en los momentos difíciles, que él con su sabiduría permite a su cuerpo que tiene como cabeza a Cristo.  Dios ama al mundo y por ello nos envió a su hijo para enseñarnos la obediencia, la humildad y la fe que a él le agrada y que vence al mundo que no entiende el amor, la paciencia y la misericordia. Dios, en su sabiduría, envió a su hijo para darnos a conocer el camino, la verdad y la vida.  Su ministerio lo inició con su pueblo que no obedeció a los profetas, leamos: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…” (Jn.1:11-12). Por ello, que Saulo de Tarso, con celo perseguía a la iglesia, sin entender la verdad. Este oyó: “…Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues (…) dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? (…) Y el Señor le dijo (a Ananías): Vé, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre” (Hch.9:4-16).  Gracias a Dios que la bendición de salvación pasó a nosotros. Sin olvidar que Cristo padeció, Pablo padeció y así todos los llamados y escogidos para padecer y llegar a la presencia de Dios ¡si creemos en él!

“…Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt.16:24-25). ¿Qué evangelio está viviendo usted mi hermano en la fe? ¿Qué ejemplo le dan sus pastores? Dios le dijo a Moisés, que comunicara al pueblo: “Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto… -para nosotros es el mundo- (…) y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Ex.20:2 y 6). Jesús dijo: “Este pueblo de labios me honra; Mas su corazón está lejos de mí. Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.” (Mt.15:8-9).  Esto nos lleva a pedir a Dios la presencia del Espíritu Santo, que nos guía a la verdad.

Recordemos que Juan, bautizando en el Jordán, a los que confesaban sus pecados les decía: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt.3:11).  Señor, a pesar de ser atribulados, ayúdanos a permanecer en el camino sirviendo y esperando tu  venida.

En el camino de Dios, siempre él permite las tentaciones; tal como Satanás le dice al Señor saliendo de su ayuno: “Si eres Hijo de Dios, dí que estas piedras se conviertan en pan. Él respondió y dijo: Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt.4:3-4). El diablo, buscando la caída del Señor, lo llevó a un monte alto y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: “…Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Vs.8-10). Dios mío, ayúdanos para adorarte y servirte, haciendo tu voluntad.  El enemigo no se duerme, él está rugiendo, viendo a quienes devora, por ello, no durmamos sino que velemos, recordando: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán” (Mt.6:31-34). “Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencederos por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Ro.8:36-39). Gracias a Dios, que habiendo sido esclavos del pecado, obedeciendo la doctrina, fuimos libres del pecado para ser siervos de Dios.  Gracias Dios porque tu palabra nos lleva a santificarnos y cuyo fin es la vida eterna: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro.6:23). Leamos: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto…” (Col.3:1-3). Señor, gracias porque hemos resucitado con Cristo, buscando las cosas de arriba no lo terrenal; porque hemos muerto, y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Ahora que hemos muerto, somos nuevas criaturas, leamos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2Co.5:17).  ¡Ayúdanos Señor! para amar tu justicia, viviendo en santidad y verdad. Amén.