Leamos: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles…” (Gá.1:15-16).  Es maravilloso comprender que Dios es el que elige a sus siervos e hijos para formar parte del ejército divino. No es por deseos personales ni por capacidades humanas, tampoco por establecer dinastías gobernantes de una determinada organización.  Dios es el dueño de su iglesia verdadera y Jesucristo la cabeza de ella. Por lo tanto, una iglesia santa será elegida, dirigida y ministrada por siervos cuya elección le corresponde solamente a Dios.  Dios no está consultando a nadie las decisiones que toma con respecto a la elección de sus hijos, leamos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Jn.15:16).  Muchas veces tenemos la falsa idea de que debo prepararme leyendo la Biblia o estudiándola, porque -pienso yo- entre más preparado esté en el conocimiento de la Biblia, más cerca estoy de que Dios me use en su obra. No, no es así. Debo estudiar la palabra de Dios porque: “ellas son las únicas que dan testimonio de Jesucristo nuestro Salvador” (Ver Juan 5:39) y entre más le conozco, más le amo.  No la estudio por una ambición personal sino por una necesidad espiritual.

Dios no me va a elegir por orar mucho y pasar largas horas de rodillas orando a Dios y -creo yo- que haciendo eso, Dios se verá obligado a llamarme porque oro mucho. ¡NO…! debemos orar porque en la oración encuentro la cercanía con mi Salvador Jesús. Porque recibo de él poder y ministración, de tal forma que mis ojos son abiertos al mundo espiritual y puedo hacer una clara diferencia entre lo espectacularmente maravilloso que son las promesas de Dios versus las bagatelas que Satanás ofrece a través del mundo y sus glorias. Recibo a través de la oración ese poder capaz de controlar mi ser carnal y someterlo bajo el dominio y autoridad del Espíritu Santo de Dios.  No estoy pensando que el orar mucho me hace merecedor de ser llamado por Dios, porque entonces lo estoy haciendo hipócritamente: “para ser oído por los demás y termino orando conmigo mismo”.

También podemos equivocarnos al pensar que entre más sirvo en la iglesia, mayor mérito tendré delante de Dios para ser elegido por él como siervo suyo. Cuán equivocados estamos cuando nuestras acciones obedecen a preceptos y mandamientos de hombres que nos dicen: “…No manejes, ni gustes, ni aún toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col.2:21-23). No, no debemos servir para agradar a nadie que no sea Dios, lo hago porque el amor de Cristo me impulsa poderosamente a ser agradecido por la inmensa misericordia del Señor derramada de manera inmerecida sobre mí. Sirvo en la iglesia porque es la casa de mi Dios y en ello me regocijo. Sirvo a mis hermanos porque les amo y somos coparticipes de las promesas del Señor y coherederos del Reino de Dios. Sirvo porque de gracia recibimos y por gracia damos. Sirvo porque cuando pienso en el sacrificio que el Señor Jesús en la cruz del calvario hizo por mí, no puedo evitar una presión interna que me catapulta hacia el servicio por mi hermano y sobre todo, por Dios. No estoy pensando ni ambicionando puestos especiales ni méritos ni reconocimientos hacia mi persona. NO, hermanos, es Dios quien elige y no porque lo merezcamos sino porque a él le place hacerlo así.

La elección «no es por obras para que nadie se gloríe», leamos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de «antemano» para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:8-10).  ¡Maravilloso! Mi servicio a Dios, él lo preparó desde antes que yo naciese. Por lo tanto, no tengo de qué gloriarme sino sólo darle gracias a él por tomarme en cuenta en su proyecto de salvación.  Estoy convencido que Dios rechaza al religioso, pues todo lo que hace es falso y lleno de apariencias. Le gusta exhibirse y ser reconocido por otros, pero Dios ama al que de corazón manso y humilde estudia la Biblia, ora y sirve a Dios.  Hagamos nuestras las palabras de aquel pastorcillo de apariencia débil y sencilla, pero que un día Dios lo hizo rey, leamos: “Sobre ti fui echado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios” (Sal. 22:10).  Busquemos a Dios exentos de toda pretensión y egoísmo, y gocémonos en él. Dios les bendiga.