Hay mucho error entre lo que significa el servir. Usualmente, el ser humano -respecto a este “don” u oportunidad-, siempre buscará servirse a sí mismo, apropiándose de algo tan sublime; lo cual realmente es para ponerlo, primero a los pies de Cristo y luego plasmarlo, haciéndolo efectivo en todos y cada uno de aquellos que Dios pone frente a nosotros como principal -objeto o blanco-.

            Veamos ahora qué significa servir. Entre muchas acepciones, servir es: “estar al servicio de otro o sujeto a él”. Si lo aplicamos al servicio a Dios, va más allá: a una adoración, obediencia y respeto incondicional, con la clara idea que fuimos creados con un fin primordial, que es la entrega al creador en cuerpo, alma y espíritu. Obviamente, un ser material como el hombre, será siempre incapaz de atender las necesidades de un ser espiritual y aun entenderlo, por cuanto no lo ve, oye, ni palpa.

            Sin embargo, hay dos formas básicas de hacerlo. Una de ellas es atendiendo su voz, manifiesta a través de su Palabra, la cual fuera transmitida mediante la intervención de hombres con llamado. Tales son sus profetas, los cuales viviendo experiencias extraordinarias y vidas santas nos ubican en cuanto a la obediencia y servicio al Dios vivo y verdadero. En segundo lugar, por el entendimiento y la presencia del Espíritu Santo, encontrar en el prójimo los depositarios de mi servicio -manifiesto en obras materiales-. Pero sobre todas las cosas, iniciar una carrera en la prédica del evangelio de la cruz y del arrepentimiento de los pecados por amor a las almas esclavas. Aquellas almas prisioneras en mazmorras de vicios y pasiones bajas, las cuales Satanás no dejará, cual mandíbulas del salvaje reptil llamado “yacaré”, quien no suelta a su víctima hasta no desprender el miembro que mordió -cualquiera que fuere-, llevándolo como parte de su presa y jamás abrirá sus mandíbulas a costa de su misma muerte. Leamos: “¿Es éste aquel varón (Satanás) que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?” (Is.14:16-17).

            Si enfocamos profundamente el ministerio de nuestro Señor Jesucristo, nos daremos cuenta que éste fue en esencia el servir, y servir enfáticamente en razón de la libertad de las almas cautivas. Para ello, fueron claras sus estrategias, tales como: “Ninguno puede entrar a la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si antes no le ata, y entonces podrá saquear su casa.”(Mr.3:27). Y luego acciones, palabras y enseñanzas. Jesús, el hijo de Dios, es entonces enviado para culminar y coronar la obra de los servidores del Antiguo Testamento, confirmando que vino a servir y no a ser servido. Desde niño dijo que en los negocios de su Padre le convenía siempre estar. Y llega al extremo de morir en una cruz, atando así “al hombre fuerte” por servir a Dios. Manifiesta así también el servicio, aún a la misma generación pecadora que incluye a todos los hombres, revelando paralelamente que con nuestra muerte, encontraremos la mejor forma de servir al Padre.

            En primer lugar, tengo que morir a mi carne y al pecado. Luego muero cuando entrego mi tiempo, que es en realidad el espacio de vida en el servicio a Dios en obediencia. Y luego aplico todo derecho y recurso en favor de servir a todo hombre, predicando en el evangelio de Jesucristo, muriendo cada día, al extremo de la magnífica expresión del apóstol Pablo: “…y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gá.2:19). Y Cristo expresó: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate de muchos” (Mr.10:45). “Porque ejemplo os he dado (…) El siervo no es mayor que su señor…” (Jn.13:15). “…yo estoy entre vosotros como el que sirve” (Lc.22:27).

            Tenemos claro entonces, que la mejor forma de servir, es en razón del alma de los hombres. Pero, además, hay misiones humanitarias en amor como el aprovisionamiento material. Cuando el apóstol Santiago expresa: “Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, sino tiene obras, es muerta en sí misma” (Stg.2:15-17). Recordemos que Dios, es un Dios de huérfanos y viudas, y que además, hay promesas en el ayudar al pobre en el día de la prueba.

            Amado hermano, sólo te recuerdo que la mies es mucha y que faltan obreros que prediquen a tiempo y fuera de tiempo. Salgamos por las calles, las plazas y las aldeas. Hay un mensaje de amor y esperanza de salvación para los hombres. Hagamos discípulos a las naciones. Hay incontables plazas vacantes para todo aquel que quiera morir sirviendo, porque: “El servir implica muerte”. ¿Estamos dispuestos? ¡Maranata! El Señor viene pronto. ¡Ojalá nos encuentre sirviendo en su vid! Que así sea. Amén y amén.