“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Desde hace cuarenta y tres años en Guatemala, un grupo de jóvenes de la iglesia “Ágape”, en aquel entonces, iniciaron con un movimiento evangelístico, saliendo a compartir la palabra. Y usaban folletos impresos, que con el tiempo fueron cambiados por la carta semanal, que hoy continúa publicando la iglesia “Avivando La Fe”. Para realizar a nivel de campos e iglesias, el estudio del tema doctrinal de la semana, todos los días martes.

Este estudio en grupos, nos permite la comunión y la edificación espiritual, para evitar ser arrastrados por las corrientes de este mundo. Y, además, necesitamos reflexionar sobre la palabra, en casa y en la congregación. Jesús les dijo a sus discípulos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna…” (Jn. 5:39). Desde el hogar debemos amar a Dios y al prójimo, aprovechando los recursos como las cartas y los mensajes que Dios nos da, para tener armas que nos ayudarán a pelear y a vencer al mundo con sus deseos.

El propósito de comprender el valor de la palabra es que seamos transformados en nuestra mente, para que nuestros actos reflejen el amor de Dios y podamos ser ministros del nuevo pacto, leamos: “Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Co. 3:2-3).

Esto lo escribe un hombre que fue testigo del poder de la palabra del Señor en su vida. Sin Dios, Saulo fue preparado y autorizado para perseguir a la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel. Pero hubo un acontecimiento que marcó su vida; y el apóstol Pablo nos comparte su encuentro con Jesucristo, leamos: “…de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues” (Hch. 22:6-8).

Comprendamos la gracia y el poder de Dios para cambiar y transformar la vida de alguien que era malo. Pero si nos arrepentimos y nos humillamos para buscar un cambio, podremos encontrar esa nueva vida en el Señor, en donde comprobaremos que su voluntad es buena, agradable y perfecta. Por eso el apóstol Pablo estimulaba a valorar la palabra y compartirla para edificación de las almas, leamos: “Saludad a los hermanos que están en Laodicea, y a Ninfas y a la iglesia que está en su casa. Cuando esta carta haya sido leída entre vosotros, haced que también se lea en la iglesia de los laodicenses, y que la de Laodicea la leáis también vosotros” (Col. 4:15-16).

Cuando no existe una transformación de pensamiento, somos atraídos y seducidos por el pecado fácilmente. Por eso Salomón, con la sabiduría eterna que tiene aplicación en todo tiempo y aun cuando en su época no había tecnología, cine, televisión ni celular, nos dice: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios” (Ec. 11:9). Este consejo tiene un gran valor para el que quiere agradar a Dios y preservar su alma.

En el Nuevo Testamento encontramos una serie de epístolas o cartas, con un enorme valor para la conducta de la iglesia en este mundo. De tal manera que nos dan testimonio de personas que entendieron la voluntad de Dios, como el joven Timoteo que, con el apoyo de la madre y la abuela en casa, fue instruido para ser útil en la obra del Señor. Por ello, si en la familia hay jóvenes buscando el crecimiento académico, recordemos que la ciencia puede llevar al endiosamiento y esto nos lleva a descuidar el alma, como sucedió con Adán y Eva. Pero Dios a su pueblo nos dice: “…buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33).

¿Cómo debemos vivir entonces? Veamos lo que nos aconseja la palabra: “Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad, mediante el Espíritu, para el amor fraternal no fingido, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro; siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 P. 1:22-23).

Hermanos, valoremos la voz de Dios que nos habla muchas veces y de muchas maneras para producir en nuestra vida el arrepentimiento y el cambio, que nos ubican en su buena voluntad y en sus propósitos. ¡Gracias Señor por tu palabra! Que Dios les bendiga. Amén.