Desde mucho tiempo atrás, el Espíritu Santo de Dios, advertía de este mal endémico que se produciría en el seno de la iglesia cristiana.  Una enfermedad profetizada por los santos hombres de Dios y esto que a pesar de haber sido anticipada su aparición, no ha habido forma de impedirlo. A estas alturas de los tiempos, la situación es dramática e insostenible. La abominación desoladora, como le llamaría el profeta Daniel y lo confirmaría el Señor Jesús, está en el lugar que no debe estar, leamos:

«Pero cuando veáis la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel, puesta donde no debe estar (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea huyan a los montes» (Mr.13:14). La referencia que hace el Señor Jesús es cuando Antíoco Epífanes, rey de Siria, en el segundo siglo antes de Cristo, sacrificó un cerdo en el altar del templo, para de esta forma profanar el santo templo de Dios y menospreciar la santidad y gloria de aquel lugar.  Esto lo proyecta proféticamente el Señor Jesucristo hacia los fines de los tiempos, como la repetición de aquella profanación del lugar santísimo, donde se manifestaba la misma gloria de Dios.

Recordemos que en la actualidad, el templo de Dios es la iglesia que el Señor levantó cuando al tercer día resucitó, el lugar santísimo quedó abierto para todo aquel que reconociera y aceptara la muerte preciosa del cordero de Dios que venía a quitar el pecado del mundo.  Ahora entramos con libertad al lugar santísimo para buscar la presencia gloriosa del Dios redentor. Pero tal como lo advirtió el Señor Jesucristo ¿qué vemos en la actualidad en las iglesias modernas? La proliferación de falsos maestros que tomando como base la Biblia, retuercen los pasajes para enseñar vanas palabrerías y falsas doctrinas que sólo acarrean disputas necias y engañosas que no edifican sino generan un culto extraño, diferente al que Jesucristo enseñara cuando estuvo sobre la tierra.  Cuánta razón tenía el apóstol Pablo cuando le dice a Timoteo, su discípulo amado: “Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia…” (1Ti.4:1-2). Es típico que cuando la apostasía se manifiesta, es producto de la proliferación de falsos maestros que enseñan doctrinas parecidas a las contenidas en el evangelio, pero no iguales. “…hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia…”  (1Ti.6:5). Hombres que han convertido la obra de Dios, su iglesia santa, en la forma de hacer jugosos negocios y enriquecimiento ilícito y perverso, y lo más terrible es que se constituyen en los microbios que contaminan el cuerpo de la iglesia, están produciendo la enfermedad del fin: la apostasía.  La iglesia moderna difiere diametralmente de la figura que describe la Biblia como la iglesia, que es la novia del cordero, vestida con lino limpio y resplandeciente.  No, mi querido hermano lector, la iglesia va de mejor a peor; va de mal en peor. ¿Dónde está la fe que mueve montañas; dónde está la santidad que produce la presencia del Espíritu Santo; dónde está el temor reverente al Dios único y verdadero; dónde está la paciencia de los santos para enfrentar las pruebas; dónde está la humildad y mansedumbre de los hijos de Dios; dónde está la sabiduría que produce la sana doctrina en los creyentes; dónde están esos adoradores en espíritu y verdad que el Padre busca que le adoren? Ahora hay palabrerío, pero no palabra de Dios. Hay manifestaciones espirituales, pero no del Espíritu Santo. Ahora hay conocimiento, pero no discernimiento. Hay mucha emoción, pero no convicción. Ahora hay fe pero esa que no salva ni transforma ni mueve a la acción. Hay libertinaje, pero no libertad. Ahora se habla de amor pero no tiene calor, se ha enfriado. Lo peligroso de la apostasía es que el que la tiene no la reconoce y a pesar de que su conducta no coincide con lo que dice, él se mantiene como un cristiano verdadero y convive con los creyentes y los contamina astuta y sutilmente, leamos: “Y vendrán a ti como viene el pueblo, y estarán delante de ti como pueblo mío, y oirán tus palabras, y no las pondrán por obra; antes hacen halagos con sus bocas, y el corazón de ellos anda en pos de su avaricia.  Y he aquí que tú eres a ellos como cantor de amores, hermoso de voz y que canta bien; y oirán tus palabras, pero no las pondrán por obra” (Ez.33:31-32). Oyen pero no están dispuestos a reconocer la voz de Dios ni mucho menos a poner por obra lo que oyen.  Sí, hermano amado, el apóstata sólo oye pero no obedece a la palabra de Dios; tiene comezón de oír, pero no disposición de hacer.  Dice el Señor que cuando veamos esto «huyamos a los montes», esto quiere decir de un fugitivo que corre para escapar del peligro. Abra sus ojos y examínese para ver si no tiene ya la enfermedad en usted, si nos examinásemos, dice la santa palabra, no vendríamos a juicio. Que la luz bendita de nuestro Salvador Jesucristo alumbre nuestras vidas.  Amén.