Dios, a su pueblo lo rescata del mundo. Por su misericordia llega, nos humilla y nos cambia para vivir por fe. Cuando ignoramos a Dios nuestra alma no es recta y estando bajo el maligno, nos sentimos orgullosos por nuestros logros (léase Habacuc 2:4). Pero al entender la gracia de Dios, dejamos de servir al mundo para servirle a él testificando que se puede vivir por esa fe que surge al oír su palabra que dice: “…la sabiduría de este mundo es insensatez…” (1 Co. 3:19).

Esta ciencia terrenal envanece, pero con Dios buscamos  servir al prójimo, pues entendemos que será nuestra capacidad de tomar decisiones, la que nos permita ganar el mundo y perder el alma o perder el mundo y ganar el alma. Con Dios en nuestra vida, entendemos la palabra que dice: “…guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Dt. 4:9). Por ello, Señor, ayuda a tu pueblo a adoctrinar en casa.

Dios, por amor, humilla, leamos: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra (…) Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata” (Sal. 119:67-72). Bendita humillación que da el nuevo nacimiento para honrar a Dios, sirviendo al prójimo, iniciando en la familia, con el testimonio y la palabra que recibimos y escudriñamos.

La sana doctrina nos dice: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:29). Para reforzar esto, Pablo nos dice: “Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. «Esto no lo hace el hombre natural, pero el que nació de nuevo y permanece en el Señor, dirá:» Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:12-13). Porque sin mí, dice el Señor, nada podéis hacer. Por ello, escudriñemos todos los días la palabra y amemos al prójimo comenzando con los de la casa.

En la palabra leemos: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6). Predicando en el mundo que sí hay solución y salvación en Cristo.  Con esta enseñanza, iniciemos la formación antes de enviarlos a una escuela o colegio, donde encontrarán malos ejemplos desde que son infantes hasta que sean adolescentes y jóvenes. Busquemos la comunión para evitar la obra del maligno. Si sus hijos aspiran a una carrera universitaria, el consejo es más necesario, con la palabra y el Espíritu del Señor.

No olvidemos que como hijos de Dios, estamos en una carrera que no tiene diploma, medalla ni aplausos, sino será para recibir la corona de la vida. Todo esto será posible, si peleamos y vencemos con el Señor la batalla de la fe, para agradarle y vencer al mundo.

Recordemos esta palabra: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá. 6:7-8).

Pablo le dice a Timoteo, quien inició su aprendizaje con su abuela y su madre: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1 Ti. 6:20-21). Se desviaron porque le dieron más valor al estudio secular que al conocimiento del autor y consumador de la fe. Pablo nos recuerda: “… mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados. Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación…” (2 Ti. 3:13-15).

Señor, ayúdanos porque el enemigo trabaja sin descansar. Nosotros que entendemos esta palabra, debemos velar y orar para no caer en tentación. Amado hermano el fin está cerca. Preparémonos y preparemos a los niños y jóvenes que están en la congregación, viendo, oyendo y aprendiendo de lo que hacemos los mayores.  ¡Guárdanos Señor! Amén.