La juventud se ve en el espejo, con el tiempo se pueden impresionar si sus facciones y funciones físicas cambian, todos experimentamos la curva de crecer hasta el límite que nos hace declinar y morir. Salomón con sabiduría nos dice que la juventud es vanidad: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento” (Ec.12:1).

Los jóvenes y adultos se impresionan por este proceso natural, máxime cuando sabemos que amigos y compañeros van pasando al polvo, mucho más cuando el que parte es un ser querido. En la Palabra tenemos esta verdad: Ni del sabio ni del necio habrá memoria, todo será olvidado. Para David, necio es el que dice en su corazón: “…No hay Dios” (Sal. 14:1). En Isaías leemos: “…Comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (Is. 22:13). Esta es la razón de tantas festividades, porque su Dios es el vientre. Dios para su pueblo nos deja esta aclaración: “…porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17). Pablo nos habló sobre cómo mantenernos en la nueva vida: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Esto es por el testimonio que Dios está con nosotros, por eso dice: Si Dios es con nosotros, quien contra nosotros; y: todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Estas actitudes son con humildad, no con arrogancia. Pablo pide: imítenme a mí así como yo a Cristo, porque él era manso y humilde.  Lo anterior se da porque dejamos la vida del primer Adán -alma viviente-, para pasar por fe a la vida que tiene el Espíritu vivificante que es Cristo. Esto se llama la nueva vida, vida sobre natural. Escrito está: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará  corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gá.6:8-10).

Dios nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (…) que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Ro. 12:2-3). Recordemos que la fe viene por oír la palabra de Dios. Con esa fe que debe permanecer, agradamos a Dios y con ella vencemos al mundo que está bajo el maligno. El pueblo que Dios ha comprado con su sangre en la cruz debe permanecer en él, para que él permanezca en nosotros. El Señor dijo: -Sin mí nada podéis hacer-. Esto es, si estamos en el Espíritu. Leamos: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a  vuestros hijos, para que no se desalienten. Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres…” (Col. 3:20-23). El inmenso amor de Dios que no hace acepción, se acuerda de los ricos así: “A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1Ti. 6:17-18). Hermanos, no nos cansemos de hacer el bien, apartémonos del mal y hagamos el bien.

Para la juventud que es codiciada por el maligno, con amor y sabiduría el Señor dice: “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (2 Ti. 2:22).

Hermanos por el amor a Dios, guiemos a la juventud que sale al mundo a buscar vanas glorias, o a satisfacer sus deseos carnales, porque falta el consejo del amigo o hermano, que tenga el amor que Dios nos ha dado para ayudar al necesitado. Que Dios nos ayude para hacer su obra. Amén.