¿Qué significa cultura?: “Es el conjunto de elementos y características propias de una determinada comunidad humana. Incluye aspectos como las costumbres, las tradiciones, las normas y el modo de un grupo para construirse una sociedad”.

Cuando nuestro Señor y Salvador Jesús vino a este mundo, nos vino a enseñar la cultura celestial, la que había aprendido de su Padre. Y la vino a compartir para que llegásemos a ser ciudadanos del cielo. Lógicamente, esta cultura y cualquier otra se aprende y se recibe de buena voluntad; y puede ser impuesta, pero no será tan efectiva y permanente. Además, para asimilar esta nueva cultura celestial, es necesario renunciar a la cultura antigua que asimilamos por naturaleza, la que es mundana, terrenal y diabólica.

Esta transformación cultural no es fácil, será una lucha difícil, continua y ardua, como lo dijo el apóstol Pablo: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Es indispensable esa metamorfosis cultural, que va de carnal a espiritual. Es un cambio radical y estructural, no de fachada sino de principios y valores que moderan nuestra conducta y proceder, prácticamente un cambio de mente.

Ahora entenderemos por qué el Señor Jesús, cuando invitaba a los discípulos a seguirle, les dijo: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo (cultura), y tome su cruz (sufrimientos), y sígame (perseverancia) (Mt. 16:24). El punto es fácil de entender. No podemos seguir a Cristo si conservamos la cultura del mundo, porque ésta, por antigüedad y dominio diabólico en mi carne, predomina sobre la cultura espiritual que Jesús nos enseña. De allí, la importancia vital de ser llenos del Espíritu Santo de Dios, el cual facilita la asimilación de esa cultura celestial y nos da el poder de dominar los apetitos de la carne.

Habiendo explicado esto, quiero que comprendamos que en ese universo cultural celestial, hay un valor que predomina en él, y es: LA HONRA. Este es un valor constante, que se ha de manifestar en todas mis relaciones sociales y espirituales que tenga, entiéndase: con Dios, con Jesucristo, en mi familia, en mi entorno social, en mi entorno secular; ya sea con mi jefe de trabajo, con mis compañeros de trabajo, con las autoridades civiles, militares; ya no se diga en mi comunión en la iglesia con todas las autoridades allí constituidas y con todos mis hermanos, etc.

Es importante entender qué significa HONRA. Del griego: TIME, “primariamente una valoración”. Se entiende la asignación de un valor relevante y único. Por ejemplo, leamos: “Porque a mis ojos fuiste de gran estima, fuiste honorable, y yo te amé; daré, pues, hombres por ti, y naciones por tu vida” (Is. 43:4). Me impresiona y me conmueve esta afirmación de nuestro Dios. Así le dijo a Israel. ¡Qué ejemplo de honra! Lo mismo hizo con Adán. Y ese amor perfecto lo manifestó preservando a Israel y propiciando, por el sacrificio de Cristo Jesús, la salvación de la humanidad.

Me pregunto, amado hermano y lector: ¿Qué tanto valoras a Dios y a su Hijo Jesucristo? De acuerdo con la valoración «honra» que tú le tengas, eso te llevará a: alabarlo, estimarlo, obedecerlo, respetarlo y admirarlo. Leamos lo que Dios dice a su pueblo: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? Y si soy señor, ¿dónde está mi temor? …” (Mal. 1:6).

Estamos en una dispensación de tiempo, en donde hay mucha algarabía, mucho emocionalismo, mucho conocimiento de letra, pero una mísera conciencia de lo que Dios pide de cada uno de aquellos que se llaman a sí mismos: “de Dios”. El Señor sigue reclamando su HONRA a Israel y a su iglesia. ¡Ah, si fuéramos verdaderos adoradores de Dios en Espíritu y en verdad! Nuestra obediencia y fidelidad al Señor, serían nuestro sello de presentación al mundo.

El apóstol Pedro dice: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados” (1 P. 2:7-8). Observe la exhortación que hace el Espíritu: el menosprecio al Señor Jesucristo, nos llevará indefectiblemente a la desobediencia y por consecuencia, a la condenación eterna.

Y quiero dejar con ustedes esta última exhortación: ¿Cómo está la honra a tus padres? ¿Qué tanto valor le das a tus padres, de tal forma que te sujetes a ellos con humildad y respeto? ¿Será que el valor que tú dices que les tienes, se traduce en actitudes y conductas para darles paz, gozo y tranquilidad? ¿O es todo lo contrario? Leamos: “Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente” (Mt. 15:4). Además: “Maldito el que deshonrare a su padre o a su madre. Y dirá todo el pueblo: Amén” (Dt. 27:16).

En fin, para honrar al que merece honra, necesito ser manso y humilde de corazón, así como Jesús. Mi amado hermano, recibamos esa nueva cultura celestial y seamos desde ya ciudadanos del cielo. Que Dios te bendiga y derrame de su Santo Espíritu en ti. Amén y Amén.