En el mundo se experimentan problemas sociales, ecológicos y familiares. Se habla de justicia, pero no se aprecia, porque hombre justo no hay, justo es sólo Dios. La ausencia de este valor presenta dificultades y contrariedades, surgiendo propuestas para el cambio tan deseado, ignorando lo que Dios dejó en su palabra: el que siembra, cosecha. Por ello las generaciones van en decadencia, porque el amor se enfría, la fe escasea y la ciencia aumenta. Esta es la cosecha de los educadores que se afanan en las cosas materiales, donde tienen prioridad la fama y el dinero, que en la palabra de Dios se tiene como la raíz de todos los males, cuando se ama la riqueza más que al que nos amó dándonos a su Hijo Jesucristo, quien dio su vida para perdonarnos, salvarnos y darnos la paz y la vida eterna.
Dios nos dio con su Hijo Jesucristo, la palabra que limpia, redime, alimenta y nos cambia, leamos: “Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Ro.6:4). Con este cambio Dios nos encomienda: Llevar la reconciliación para no conducirnos como los gentiles, que andan en la vanidad de su mente, con el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios, por la ignorancia y dureza de corazón; experimentando aflicciones, desesperados por lo que vive el mundo que está bajo el espíritu del maligno, que ha venido para engañar, dividir y destruir… Por ello, Dios invita a su iglesia a morir y resucitar, para gozar la vida nueva con temor, amor a Dios y también al prójimo.
Dios nos dice en su palabra: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt.10:39). El Señor ayuda a su iglesia valorando lo que ha hecho para sacarnos del mundo, para gozar de la nueva vida y nos permite soportar con paciencia las aflicciones, sabiendo que esto es la prueba de nuestra fe que produce esperanza.
Bueno será no olvidar que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Ti.3:16-17). Es apropiado mencionar que este joven Timoteo, misionero, llevó la palabra de reconciliación, como cosecha de la siembra que recibió en su hogar, de su abuela, de su madre y del apóstol Pablo. ¿Qué educación o ejemplo está dando usted mi querido hermano a sus hijos en el hogar? Busquemos a Dios, escudriñemos las escrituras, y demos el testimonio para que nos sigan y así como seguimos a Cristo, sean libres nuestros hijos o nietos, de esta generación maligna y perversa que huye de las aflicciones porque no tienen la fe que adquirimos escudriñando las escrituras y oyendo la palabra. Si le pedimos a Dios que nos ayude a educar a nuestros hijos, estos jóvenes o señoritas, en el mundo darán testimonio que conocen a Dios, que le aman y le temen; y como resultado Dios los guardará, y le honrarán a usted. Como agregado, serán de larga vida sobre la tierra. Con esta sabiduría, la juventud se enfrentará al mundo, con paz y amor en medio de una generación maligna y perversa que tiene aflicciones porque no ama ni teme a Dios que da la fe que mueve montañas.
Por la maldad que se experimenta en el mundo, Dios dice: “…los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas (…) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2P.3:10-13).
Por las condiciones de maldad en el mundo, pidamos a Dios su palabra y su Santo Espíritu, para que él vea que por amarle, temerle y servirle, tenemos paz en medio de la aflicción, que nos permite probar nuestra fe que viene por oír su palabra. Amén.