Las condiciones que vive el mundo evidencian la presencia del maligno. Los noticieros cotidianos afligen, asustan, angustian, enferman, por la cantidad de asesinatos, asaltos, robos, violaciones, destrucción de hogares, más la contaminación de ríos, lagos y el ambiente que se respira. Todo esto como evidencia que la ciencia que se practica hace bien y hace mal. Esto en parte afecta al amor y a la fe que Dios dejó para mover montañas.  Bien dice Salomón: “No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne.” (Ec. 12:12)

Esa ciencia de bien y mal, surgió en el mundo con la desobediencia de Adán y Eva; y sigue engañando con deleites, placeres, riquezas y las glorias vanas.  Esa desobediencia o injusticia, nos tiene turbados para no conocer la gloria de Dios y la vida eterna.

 

La gloria venidera

 

Todos en el mundo estamos bajo el maligno, pero hay un día, un instante, donde sentimos que morimos y que nada ni nadie nos puede sacar de los problemas. Con el corazón y con la esperanza de ser escuchados, hacemos una oración creyendo que Dios está llamando y oyendo, clamamos ¡Dios, ayúdame, no puedo, te necesito, perdóname! Las palabras sinceras son escuchadas y respondidas. Cuando sentimos la respuesta, experimentamos la paz, cambiamos nuestra mente y confiamos en el que dice: La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.  No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Jn. 14:27).

Si entendemos y vivimos por el espíritu de Dios, es porque hemos sido perdonados y porque encontramos al Padre que, por amor, nos envió a su Hijo: “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn, 3:16). No nos perdemos si creemos que ya no soy yo, sino que él es en mí y que es Dios quien pone el querer como el hacer.  ¿Qué hacemos? Buscamos su palabra, su consejo, escudriñando las Escrituras para conocer la verdad que nos hace libres de los afanes, de las angustias, de las tribulaciones; buscando la comunión con los hermanos para que en unidad y en amor hagamos la obra de Dios en el mundo, siendo parte del cuerpo (iglesia) donde Cristo es la cabeza.             Estando en esa unidad somos movidos a ayudar a los necesitados, con fe, con amor, porque el amor de Dios que mora en nosotros, echa fuera todo temor; sea lo que sea, porque si amamos al que nos amó, todas las cosas serán para bien.  “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). Porque como iglesia, como hijos de Dios, estamos siguiendo al que dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígueme” (Lc. 9:23).

Negarse es decirle no al mundo. Este mundo se queda, este mundo será destruido, Dios dice a los que le seguimos, que: “…nosotros esperamos según sus promesas cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia(2 P. 3:13).  Este mundo es injusto como lo fue Adán y Eva, pero hay esperanza si sabemos y entendemos que tenemos una herencia en los cielos, si tenemos fe para ser salvos.

 

¿Qué hombre vive y no muere?

 

     Morirá el sabio y el necio. Para los llamados y escogidos que hacemos su obra en el mundo, el Señor dice: “…todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (Jn. 11:26). Creer es cuando vemos su obra y oímos su palabra para dar fruto en el mundo, dando gloria a Dios.

Pablo dice a la iglesia: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1). Y: “…yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir (…) por el nombre del Señor Jesús” (Hch. 21:13). Pablo dice que para ser salvos, hay que morir para vivir, leamos: “Si somos muertos con él, también reinaremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él…” (2 Ti. 2:11-12). Esto se dará si somos nuevas criaturas: “El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:6).

No debemos olvidar: Cristo, estando en pecados, nos dio vida y nos sentará en lugares celestiales con Cristo.

Hermano: valoremos al que murió para justificarnos y por esa obra, hagamos su voluntad en el mundo que no ha conocido la verdad que nos da libertad para ver su gloria y la vida eterna.