“Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos; porque mejor es perro vivo que león muerto” (Ec. 9:4). Este versículo de la palabra de Dios, se cita muy frecuentemente de la siguiente manera: «mientras hay vida hay esperanza». Y encierra una verdad tremenda. La existencia con vida sobre esta tierra, nos da la oportunidad de aspirar a un futuro mejor del que tenemos actualmente, tanto física como espiritualmente.

Mientras vives, la oportunidad la tienes a la mano en cualquiera de estas dos circunstancias. Generalmente el hombre se afana por su futuro material, como dijo el Señor Jesús: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26). Observe que el Señor hace el enfoque de los dos grandes temas del hombre: lo espiritual versus lo material. Su pregunta tiene validez permanente.

Cuántas personas se esfuerzan por ganar un mundo de riquezas y placeres, deleites y diversiones, lujos y malicias, poder y dominio sobre otros. Pero ¿realmente le aprovecha sustancialmente eso al hombre?, ¿Cuál es el precio a pagar al diablo para disfrutar temporalmente de esos deleites? La vida del hombre existe envuelta en afanes y estrés que generalmente acortan su existencia, hundiéndolo en enfermedades, producto de ese estrés continuo. Tienen que huir a algún lugar paradisiaco para tener pequeños momentos de paz y alegría.

Su propio afán y ambición lo abstrae de las cosas más simples pero preciosas de la vida, como es la comunión con su esposa, con sus hijos, con la familia, etc. Ya no se diga la maravillosa comunión con Dios. Para este tipo de personas, Dios no está dentro de sus planes. Y algunas de estas personas creen que con gestos de filantropía pueden garantizarse un lugar en la presencia de Dios. No se dan cuenta que al final, no sólo no alcanzaron lo que ambicionaban, sino que su alma se hundirá en las profundidades del infierno. Y por mucho poder económico que hayan atesorado, jamás podrán pagar el rescate de su preciada alma, cuyo valor no se puede pagar con dinero.

Es importante comprender, que por muy alta que sea la gloria y el poder alcanzado en este mundo, el fin será la muerte, es inevitable. La maldad invade a todo ser humano, desde el más chico hasta el más grande. El corazón del hombre impío está lleno de maldad e insensatez, tal como sucedió antes del diluvio, leamos: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).

La imaginación del hombre está tan pervertida e influida por su acérrimo enemigo, Satanás, que en su proceso evolutivo de maldad, cada día perfecciona sus trampas para matar, hurtar y destruir el alma del hombre. Lo encierra o atrapa, de tal forma que no tenga conciencia de que va a morir. Que su tiempo sobre esta tierra está determinado por alguien superior a todas las cosas que vemos, y ese es Dios. Él es el que pone límite a la existencia del ser humano.

Aprovechando la oportunidad

El salmista David, orando al Señor, le dice: “¿Qué hombre vivirá y no verá muerte? ¿Librará su vida del poder del Seol?” (Sal. 89:48). La eternidad no existe dentro de este orden material en que vivimos. Todo lo que vemos dejará de ser, por designio divino. Por lo tanto, la muerte es parte de la vida, es el límite de existencia permitida por Dios. Y no hay poder fuera de la sangre de Jesucristo, que pueda librar al hombre de la muerte y junto con ella la condenación eterna, a causa del pecado.

Moisés le dice al Señor: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). Mi querido hermano, es tiempo de aprovechar la oportunidad de vida que tenemos hoy. Seamos sabios y no necios, envaneciendo nuestro corazón y pensamientos en falsas imaginaciones surrealistas de Satanás. No permitas que Satanás te robe la eternidad que Jesús trajo a la humanidad. El costo que Jesús pagó por ese rescate fue enorme, de incalculable valor y de profunda trascendencia. Y es, ni más ni menos que, la eternidad en Cristo.

Ciertamente los hombres buscan un paraíso terrenal para aliviar sus corazones del estrés y afán de la vida y no lo encuentran. A diferencia de este falso paraíso, Cristo ofrece el verdadero paraíso celestial. Y entre tanto llegamos a él, tenemos en la vida terrenal: luchas, pruebas, batallas, guerras, conflictos y tribulaciones momentáneas, que perfeccionan al hombre interior.

Pero juntamente con ello, Dios añade esa paz gloriosa que para el mundo es incomprensible, pero para nosotros real y verdadera. Esa esperanza preciosa que no avergüenza, sino que la exhibimos al mundo con libertad y satisfacción. Ese amor no de palabras, sino en espíritu y en verdad, que nos identifica con Jesús, nuestro Salvador eterno. Esa fe  inquebrantable y poderosa en Dios y en el nombre de Jesús, que es capaz de desafiar a la misma muerte, fortalecer al débil y empoderar al que la tiene. Esa templanza que nos permite esperar pacientemente la voluntad de Dios en medio de la prueba, cualquiera que sea. En fin, hay tanto más que decir al respecto (lea Gálatas 5:22-24).

         Mi querido hermano, no olvides por favor la advertencia de Cristo: “…vendrá el señor de aquel siervo en día que este no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 24:50-51).

Mi amado lector, quien quiera que seas, aprovecha la oportunidad que tienes hoy, mañana quizás sea demasiado tarde. Huye de las trampas de Satanás. El hombre generalmente se arrepiente demasiado tarde, pero le ruego a Dios que tú no seas uno de ellos. Que Dios te bendiga, Amén.