Escudriñando las Escrituras, encontramos al pueblo escogido para cumplir el propósito mesiánico. Este pueblo –Israel- en Egipto se contaminó, leamos: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Os. 4:6). Esto se confirma con la conducta de Israel en el desierto, protestando a Moisés por agua y recordando las ollas de carne que tenían en Egipto. Olvidando la liberación y menospreciando la promesa de llegar a la tierra prometida. Esta actitud muestra que para ellos su dios era el vientre.

Este ejemplo Dios lo da a su iglesia, que toma la obra mesiánica, para perseverar y no caer en las tentaciones que pone el príncipe de este mundo que, con astucia, engañó a un tercio de los ángeles, así como Adán y Eva en el huerto.  En estos últimos días, Satanás está ofreciendo comida, bebida y vanas glorias. Dios dice a su iglesia: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro.8:17). El enemigo trabaja en la iglesia como Judas entre los discípulos, para que nuestro amor se enfríe y la fe escasee. El mundo, usa la ciencia que crece y engaña, haciendo bien y mal.   La iglesia está en peligro y para no buscar la sabiduría en el mundo, Dios dice: “…He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job 28:28).

El apóstol Pablo escribe a los convertidos: “…Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo. Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef.5:14-16). El consejo de Dios para su pueblo es: No juzguemos ni menospreciemos; sirvamos de corazón como para el Señor y tendremos recompensa.  Porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Pablo escribe a la iglesia: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro.12:2). Esto se logra orando, recibiendo la Palabra y escudriñando las Escrituras, para conocer más al Señor y su reino, que no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el espíritu.

Leamos: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa…” (Ex.19:5-6). Este llamado es para la iglesia de hoy: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1 P.2:9).  Pidamos a Dios que nos ayude para no hacer lo que manifestaron los israelitas en el desierto por falta de entendimiento.

El Señor Jesús nos declara: “…separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5). No olvidemos que hay oposición, vienen las pruebas, hay tentaciones, tenemos una carne débil, pero Dios espera que, como llamados, seamos escogidos, aceptando las pruebas con gozo, como fue Cristo a la cruz.  Jesús dijo a los judíos que contendían su doctrina: “El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él” (Jn.6:56). Juan habla acerca de creer y confesar quién es el Hijo de Dios: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios (…) y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn. 4:15-16). Esta convicción, afirma la necesidad de conocer la verdad que tenemos en las Sagradas Escrituras.  Lea y entienda la importancia de conocer y entender la palabra: “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él.  Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (1 Jn.3:24).

Hermano, si permanecemos en él, se verán los frutos que servirán para glorificar a Dios, esperando su venida y haciendo su voluntad, amando a Dios y amando al prójimo que no conoce la verdad que da libertad. Dios les bendiga.  Amén.