Hay muchas maneras de ver, definir y enfocar la vida como tal. Bibliotecas enteras se han llenado de información que va desde filosofías e ideas abstractas, hasta complejos razonamientos científicos basados en la química, la física, la biología, etc. Estos estudiosos han concluido aun que la vida sobre el planeta, en sus diferentes maneras rudimentarias, data de más de cuatro millones de años. La vida sin embargo, que hoy me ocupa, es esa dote divina que se posa sobre una criatura inteligente, única en su género -cuasi perfecta-, llamada hombre; en la cual, el creador se esmeró en plasmar su propia personalidad “imagen y semejanza de Dios”. Y si tan sólo pensásemos en la perfección funcional y de la inteligencia puesta en el más pequeño hombre creado: ¡cuánto más glorioso y maravilloso será el artífice mismo de “la corona de la creación!”.

Defínase entonces vida del latín -vita- y del griego -bios-, que es la fuerza o energía interna que le permite obrar al que la posee. Siendo una cualidad de las plantas y los animales por la cual evolucionan, se adaptan al medio, se desarrollan y se reproducen; y se considera la muerte con el fin de sus funciones que manifiestan acción. Veamos ahora: Dios creó todos los seres vivientes y tiene que ser así; la vida no es fruto de la casualidad, ya que tendrían que ser millones de casualidades coincidentes a un mismo objetivo… Pero que al final, más bien se ve categóricamente un propósito inteligente de alguien eterno y perfecto, y ése sólo puede ser El Elohim, el Dios Eterno. Y vemos que a ninguna otra criatura biológicamente activa “Él” mismo sopló, dando de su Espíritu: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn.2:7).

Nótese que él sopló en su nariz a un único ser y así le otorgó en él “la vida”. Quiere decir que Dios tenía un especial interés en ese -ser especial- llamado hombre, representado en las Sagradas Escrituras como Adán. Aquel ser viviente es ahora, entonces, depositario de Espíritu, el cual Dios no lo otorgaría como ser supremo e inteligente sin un -gran propósito-, y es precisamente crear con esa vida un “espacio de tiempo”, el cual los espíritus no lo pueden cuantificar ni sufrir, pero sí en un ser biológico. Y Dios establece en ese espacio, años a la vida: “…Acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal.90:9-10). Veamos ahora, el propósito divino en poder sustituir del cielo a la tercera parte de ángeles que no guardaron su dignidad y que ante el ofrecimiento del querubín, optaron por creerlo, seguirlo y obedecerlo; estableciendo con ello su menosprecio a Dios, a su reino y poderío, quedando claro que Dios no obliga y permite que cada ser elija entre la opción de Él u otro. “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día…” (Jud.6). Ahora, viene la formación y búsqueda de seres que voluntariamente -y en este “espacio de tiempo” que es la vida corta o larga- haya una determinación por aceptar su señorío incondicional, bajo la realización en -el amor-, bendito don mediante el cual podemos ser capaces de elegir sin mayor reserva ni condición, lo establecido por el soberano.

Entonces, amados hermanos, concluimos en que la vida no es ni más ni menos, sino una ¡gran oportunidad gloriosa! de elección únicamente. No consiste en ser más o menos, en tener y conquistar, en gozar y disfrutar, en adquirir y derrochar, ni tampoco el pasar el tiempo, ni demostrar grandeza y gran ciencia o sabiduría. No es establecer “reinitos” ni imperios, ni contemplar la luna, el sol y las estrellas, para luego cantarles y rendirles culto o poesía. No son religiones, cultos, arte ni filosofía. Claro, sí podemos hacer todo esto: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica” (1 Cor.10:23). Todo lo mencionado es oportuno y quizá complazca la parte biológica (la carne) y es precisamente la opción a elegir en contraposición a lo eterno y espiritual, constituido por la voluntad de Dios mediante su Espíritu y su palabra: “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna” (Gá.6:8).

La vida es así de fácil y sencilla “un espacio de tiempo en el tiempo”, un rango de esperanza, una oportunidad de elección entre Dios y la materia. O vivimos y gozamos este espacio de tiempo en placeres y molicies, o tomamos la opción de la “cruz de Cristo”. Adán escogió el mundo, aún bajo la advertencia divina y murió, convirtiéndose únicamente en alma viviente. Mas ahora, mediante el Espíritu vivificante de Cristo Jesús hay al aceptarlo, la oportunidad despreciada de los ángeles caídos, a ocupar por la mejor elección vivir con Dios por la eternidad. ¿Qué harás y qué haremos en nuestro espacio de tiempo? La decisión está en nuestras manos, la propuesta del proyecto es confiable, clara y respaldada. Señor, te suplico… ¡Ayúdame a elegirte, a elegir lo mejor en mi espacio de vida! Así sea. Amén y amén.