Uno de los propósitos de la venida del Señor Jesús a este mundo, fue abrir la puerta de oportunidad para que el hombre sea justificado delante de Dios, por la sangre expiatoria de Jesús derramada en la cruz del calvario. Su sacrificio pagaba el precio del pecado del hombre delante de Dios; la sentencia sigue vigente: “… y sin derramamiento de sangre no se hace remisión (de pecado)” (He.9:22). Y Cristo Jesús lo hizo por cada uno de los seres humanos que aceptemos y creamos en sus promesas y sacrificio. Pero a la par de semejante obra redentora, Dios envió a su hijo no sólo a abrir la puerta, sino también la completó ofreciendo al hombre la oportunidad de entrar al reino de Dios o lo que es lo mismo, entrar al reino de los cielos; en esto no hay ninguna diferencia. Dios es el que gobierna sobre todo su reino celestial.

El corazón delmensaje de Cristo Jesús era ofrecerle al hombre la oportunidad de, no sólo, conocer el reino de Dios, sino también entrar a él y ser parte de él. ¿Pero qué es el reino de Dios? El termino reino, del  griego “Basileia” quiere decir: “soberanía, poder regio, dominio”; luego se entiende que reino es: “el territorio o pueblo sobre el que reina un rey”. Entendemos entonces, que el reino de Dios es: “la esfera del gobierno de Dios”, dentro de la cual están todos los hombres, sin importar lenguas o razas, que se han sometido voluntariamente a su gobierno. Un día el Señor Jesús dijo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí” (Jn.18:36). El Señor Jesús anunció la presencia del reino de Dios en medio del reino del diablo, era como meter luz en medio de las tinieblas, él dijo: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mt.10:7).

En otra ocasión dijo: “…porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc.17:21). Es fácil entender que todo aquel que decida entrar al reino de Dios, será automáticamente rechazado por aquel otro reino enemigo, donde gobierna Satanás. Todos estos entran en conflicto y en guerra y en aflicciones, las cuales son necesarias para definir el corazón de los que pretenden entrar al reino celestial. Pero a la par de que seamos objeto de escarnios, burlas, vejámenes, desprecios, insultos, etc., somos objeto del amor, misericordia, protección y cuidados del Dios altísimo, el cual nos considera como “su especial tesoro en este mundo” y como “a la niña de sus ojos nos defiende”. Me surge la siguiente pregunta: ¿Quiénes entrarán al reino de los cielos? La respuesta la da el Señor Jesús cuando dice: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (…) De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Jn.3:3-5).

Observe la afirmación del Señor: no se puede ver ni entrar. Tajantemente asegura que “hay que nacer de nuevo”. Mucha gente, en estos tiempos, simpatiza con alguna iglesia que se autodenomina cristiana y sigue la liturgia y costumbres que enseñan, pero ¿cuántos están dispuestos a aceptar el gobierno de Dios sobre sus vidas? ¿Cuántos están dispuestos a renunciar al mundo (reino de Satanás) para entrar al reino de Dios? Es fácil entrar a alguna de estas iglesias, pero ¿habremos entrado al reino celestial? El simple conocimiento bíblico o la asidua asistencia a la iglesia como institución religiosa, no garantizan que estamos dentro del reino celestial.

El Señor Jesús le dijo un día a un alto funcionario religioso judío, después que contestó correctamente a una pregunta que el Señor le hizo: “No estás lejos del reino de Dios” (Mr.12:34). Qué triste, a pesar de ser un líder religioso, el Señor le dijo que ni siquiera había encontrado el reino, mucho menos había entrado. Cuántos religiosos habrán, que confiados en su diligente accionar se han olvidado que el reino de los cielos es revelado por sus ciudadanos mediante la demostración evidente de un nuevo nacimiento, leamos: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2Co.5:17). Además, el reino de los cielos se demuestra no tanto en la observancia de mandamientos de manera puntual, leamos: “…tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques…” (Col.2:21); sino en valores mucho más profundos y espirituales, y que son imprescindibles, tales como: “…justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.

Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación” (Ro.14:17-19). En pocas palabras “hay que ser santos”, no santulones; ser espirituales, no espiritualistas; ser libres, no libertinos; sujetos siempre a la voluntad de aquel que gobierna el reino al que pertenecemos, sujetos al Dios altísimo y a su hijo Jesucristo. Amén y Amén.