Quizá uno de los pecados más repudiables para Dios sea la idolatría. Y ésta, es la tendencia y práctica de: veneración, reverencia y culto a lo que “se considere divino”, lo cual es fruto de la imaginación o creatividad humana. Todo esto no es de hoy, sino desde que el hombre apareció sobre la faz de la tierra. Al perder la comunión y la ministración divina y verdadera, surge la proyección de su yo más íntimo (ego), inclinándose ante lo que miraba y palpaba, en fin, todo lo creado. En ese espíritu, se enreda cada día más en sus tontos razonamientos (su ciencia), cambiando así la gloria del verdadero Dios por imágenes de todo lo existente (hombres, aves, cuadrúpedos y reptiles, etc.), consiguiendo con esto el enojo e ira de su creador, al considerar la torpeza del hombre (léase Romanos 1:18-32).
Dios condena al hombre a vivir fuera del Edén, entregándose éste a toda concupiscencia y pecado que brotó de su corazón, hundido en la vanidad de su mente, al extremo de la degeneración de su mismo cuerpo, cambiando aun su misma naturaleza: de género y costumbres sexuales. Hasta que aparece la nueva oportunidad mediante el apartamiento de su pueblo Israel, a través de la promesa y por la fe de Abraham su siervo, y manifestando su voluntad plena al establecer su ley por Moisés, la cual enfáticamente inicia así: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni debajo de la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás; porque yo soy Jehová tu Dios, fuerte, CELOSO, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Ex.20:4-6).
Esto quiere decir: ya no des más rienda suelta a tu creatividad, yo soy Elohim, la única fuente de la sabiduría, la ciencia y el amor, y no acepto ninguna otra idea; y si cumples mis mandamientos, gozarás de eterna misericordia. Paralelo a esto, Jesús se refiere en el Nuevo Testamento a amar al prójimo como a sí mismo, cumpliéndose así, toda la ley y los profetas. No obstante, el pueblo de Israel siempre sostuvo esa persistente inclinación hacia la idolatría, la cual fue objeto del advenimiento de profetas, jueces, visitaciones, aun juicios y castigos hasta hoy.
El tiempo ha transcurrido. Hay tantas religiones y cultos con la presencia o no de idolatría visual u objetiva y con esto creer, que siendo -evangélico- u otro que no use símbolos idolátricos está fuera de este mal espíritu: ¡Peligro! La idolatría cada día está más enmascarada en los diferentes cultos, ya que al final, el ídolo más entronado es: “MI PROPIO YO”, el cual hemos aceptado como yugo impuesto por Satanás, que es la “EGOLATRÍA” y ésta sí que es mi peor enemiga, porque está alimentada por el placer, el pecado en la carne, el mundo y sus atractivos, y la admiración hacia mí mismo por los logros y vanidades de cualquier género alcanzados en la vida: “…fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricias, que es IDOLATRÍA…” (Col. 3:5).
Aquí está entonces al descubierto, la verdadera obra satánica mostrada desde el principio: “Tú puedes ser como Dios…” (Tú mereces culto…). En esta frase clave, fue ministrado un mal espíritu, el cual es casi imperceptible porque no lo miro y lo llevo escondido dentro de mí, y ha ido prosperando encubiertamente en todo hombre, a través del crecimiento de la “mal llamada ciencia”, la cual lo ha encumbrado según su pensamiento, escalando erróneamente hasta llegar al “hombre de pecado”, a la manifestación del “anticristo” mismo, el cual en la etapa final del Armagedón, pretenderá pelear “al mismo nivel” con el Dios supremo. ¡Estúpido! pero cierto.
¿Cómo se evidencia este mal de la egolatría?
Las congregaciones están llenas de gente que en primer lugar: no busca servir a Dios, sino servirse de Dios. Llegan no como el hijo pródigo, quien no pidió nada, sino a exigir un lugar, a ser atendidos; exigen saludos, respeto, honores, reverencias, quizá bajo el maquillaje de una “buena educación” o perfecta diplomacia. No buscan la comunión, son aprovechados, buscan ser vistos de los demás en sitiales preferenciales; exigen visitas al enfermar, pero nunca se esfuerzan por visitar a los enfermos. Les gusta recibir bendiciones, pero no bendicen ni siquiera con ofrendas o servicios; exigen amor y son incapaces de dar ni un pobre sentimiento de compasión. Al final se vuelven resentidos, rencorosos, murmuradores, querellosos, apáticos, quejumbrosos, chismosos y hasta amargados: “es que aquí no hay amor”, y así van de congregación en congregación con las mismas demandas y sin encontrar su lugar dentro del cuerpo de Cristo.
Amados hermanos, estamos en las vísperas del fin en donde el mundo se introduce más y más dentro del sistema religioso enmascarado con los “derechos humanos”, y donde aún hay preferencia por los “puntos especiales”: cantantes, coreografías, artistas, comediantes y hasta payasos en escena. Quedando Dios y su bendita palabra en segundo plano, mediante mensajes de complacencia y conveniencia, “hay algo más importante «yo» el hombre”. Renunciemos, pues, al yugo de la egolatría impuesto por Satanás y avancemos en el cumplimiento del servicio, el amor y las buenas obras, para que Dios sea glorificado por siempre y seamos salvos. Amén y Amén.
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