Una de las deficiencias más grandes y con efectos altamente destructivos -y por qué no decirlo, fatales-, es la falta de entendimiento que hay en los hombres, con respecto a la voluntad de Dios, plasmada en las Sagradas Escrituras «La Biblia».  Y es que entender la palabra de Dios o la voluntad de Dios, no está sujeta necesariamente a la capacidad intelectual de la persona. Porque si de ello dependiera, los que tengan mayor coeficiente intelectual serían los que tengan mayor ventaja en cuanto a la fe y dependencia del Dios vivo. Pero no es así, el mismo apóstol Pablo lo decía; leamos: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios (…) sino que lo necio del mundo escogió Dios…” (1 Co. 1:26-27).

No mi querido hermano o amigo, no es el intelectualismo ni la sagacidad humana la que me permite entender a Dios. Entonces me pregunto ¿de dónde viene esa capacidad o bendición? Dice el salmista David: “Dame entendimiento, y guardaré tu ley, y la cumpliré de todo corazón” (Sal. 119:34). Sí, viene del mismo Dios. Él lo derrama sobre todo aquel que lo busca de corazón sincero y honesto. Lo derrama sobre todo aquel cuya intención es guardar la palabra de Dios, en el entendido, que guardar es obedecerla y no discutirla ni cuestionarla. Es la súplica del hijo de Dios que ama al Dios eterno y está interesado en hacer lo que a él le agrada. Es la súplica de aquel creyente que desea de todo corazón ser fiel a los ojos de su Salvador y ser un testimonio vivo del poder transformador de Dios ante los ojos de todos los hombres.

Y en todo esto hay una actitud peculiar y es que cumple la ley de Dios o su palabra con “gozo”, no lo siente como una imposición u obligación que le cause dolor o incomodidad, sino todo lo contrario, hay alegría y gozo profundo. Lo hace por amor y con satisfacción, pues conoce al que estableció aquel principio de vida o conducta.  Lo hace de todo corazón y conservando una relación armoniosa y franca con su Salvador. Los mandamientos no le son gravosos porque no sólo los entiende, sino también ama profundamente al que pide que se cumplan, el cual es Dios.

Dice en el libro de Proverbios: “Manantial de vida es el entendimiento al que lo posee; mas la erudición de los necios es necedad” (Pr. 16:22). Observe esta tremenda afirmación de la palabra de Dios; «Manantial de vida es el entendimiento…». No cabe duda que el que posee semejante gracia de Dios, sus labios son una fuente, un verdadero manantial del cual brotan palabras que dan vida eterna, consuelo al que oye, paz al que no tiene, bendición al que la busca, etc. ¿No cree que tenía mucha razón el rey David cuando le suplica a Dios, «Señor dame entendimiento»? Sí hermano y/o amigo, pidamos con todo nuestro corazón está facultad que proviene de Dios, para que nuestro gozo sea cumplido.

Dice la palabra de Dios: “…Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos; su loor permanece para siempre” (Sal. 111:10). Bendito sea Dios. Sí, la alabanza del Dios todopoderoso será sobre todo aquel que practica la palabra de Dios, pero ¿cómo la cumplirán si no la entienden? Dice el Señor: “…los necios mueren por falta de entendimiento” (Pr. 10:21). Sí, la ignorancia o falta de conocimiento y entendimiento de la voluntad de Dios, ha arrastrado a la humanidad a la profunda crisis en la cual están atrapados: inmoralidad, crímenes, hambres, suicidios, homosexualismo, etc. Se multiplican día tras día produciendo en el seno de cada familia damnificada los traumas, dolores y angustias que cada situación de estas produce. La falta de entendimiento mata el alma del hombre.  Contrario a esto dice el Proverbista: “El que posee entendimiento ama su alma…” (Pr. 19:8).

La sabiduría que produce el entender a Dios es maravillosa, le permite al hombre una vida de paz y de gozo permanente, y podemos decir como el rey David: “Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad (…) Te alabaré, oh Jehová Dios mío, con todo mi corazón, y glorificaré tu nombre para siempre” (Sal. 86:11-12). Este conocimiento me alienta a apartarme de todo aquello que me corrompe. Aviva mi fuerza y mi ánimo para andar en el camino de la santidad y el temor a Dios. Produce una verdadera libertad y no nos avergonzamos de nuestras convicciones. Valoramos los bienes espirituales más que el oro, la fama y prestigios terrenales.

¿Podemos decir: ¡Oh cuanto amo yo tu ley!? Y también: ¿todo el día es ella mi meditación? Ojalá que sí. Que Dios nos conceda esa gracia infinita para entender su palabra.  Amén.