“Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron.  Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos «arrebatados» juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:15-17).

No hay acontecimiento más glorioso y expectante que la iglesia del Señor Jesús espere, como estas palabras literales del apóstol Pablo: «seremos arrebatados». Sí, antes de la venida personal y física al mundo de parte del Señor Jesucristo, su remanente, los fieles, los que estuvieron dispuestos a defender y pelear por la doctrina de Jesucristo y sus apóstoles. Por todos aquellos valientes que renunciando a su propia vida y comodidad, la ofrendaron por amor a Cristo y su pueblo. Sí, el vendrá a arrebatar, del mundo y su sistema, a sus amados hermanos, a aquellos engendrados por la Palabra del Dios altísimo y su hijo Jesucristo, los cuales creyeron de corazón las promesas contenidas en su Santa Palabra.

A lo largo de los siglos, han sido asesinados y perseguidos por el simple hecho de obedecer hasta la muerte la voluntad de Dios. La misma historia secular se ha encargado de registrar estas horribles muertes y atrocidades acontecidas a nuestros hermanos en el pasado. Sí, por ellos viene Jesús en las nubes, muy pronto, por los que dijera el apóstol Pablo a los hebreos: Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados;  de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra” (He.11:35-38). Sí, el mundo no es digno de ellos, pero Dios tiene una morada digna preparada para sus fieles. Un lugar mucho mejor que este mundo, el cual está siendo dispuesto por el mismísimo Señor Jesucristo, leamos: No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.  En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn.14:1-3).

Observe que el Señor dice: «vendré otra vez y os tomaré a mí mismo» confirmando de esta manera la promesa gloriosa de su advenimiento futuro. Sólo que no sabemos el día ni la hora, pero este dato, ni él mismo Señor Jesús lo sabe «solo el Padre en su soberanía». Lo que nos toca a nosotros los creyentes, es afirmar con todo nuestro corazón una fe inquebrantable, sólida y estable. Pero como es lógico pensar, esto no es posible humanamente hablando. Necesitamos del poder eterno de nuestro Dios, mostrado mediante la manifestación del Espíritu Santo, derramado en todo aquel que lo invoca de corazón sincero.

El Espíritu Santo no sólo nos guía a toda verdad, sino que nos dota de virtudes con las cuales podemos mantenernos en fidelidad todos los días, hasta el fin del mundo.  En ningún momento estamos solos, aquellos que libramos esa batalla contra el mal y su sistema. El apóstol Pablo recurrió a esa potencia divina y fue una fuente de poder, y él dice: “Todo lo puedo en Cristo (unción) que me fortalece” (Fil.4:13). Sí, mi amado hermano y también coheredero de las promesas de Jesús, el poder del Dios eterno cubrió al Señor Jesús para que desarrollara su ministerio sobre este mundo y así poder vencer al príncipe de la tierra (Satanás). Y Dios promete hacer lo mismo con todo aquel que invoque el santo nombre de Dios.

Dios, nuestro Padre, se propuso hacer algo insólito e inimaginable y por eso el apóstol Pablo le llama «misterio», pero este buen propósito Dios lo consumará aún en contra de todas las fuerzas del mal, leamos: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (…) dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Ef.1:3,9-10).  ¡¡Aleluya!! Sí, esta es la consumación de su plan, mediante el arrebatamiento que se dará cuando sea el cumplimiento de los tiempos establecidos. Dios reunirá mediante Jesucristo a los ángeles que fueron fieles en el cielo, con los hombres que fueron fieles en la tierra. Bendito sea el Señor que nos ha tomado en cuenta y dice la Palabra de Dios: “Y todo aquel que tiene esta esperanza en él (Cristo), se purifica a sí mismo, así como él (Cristo) es puro (1Jn.3:3). Firmes y adelante, hasta llegar a la meta. Dios les fortalezca.  Amén.