Qué fácil es pronunciar este bisílabo “creer”, el cual como parte de un vocabulario llena, quizás, espacios vacíos, cual dichos o -muletas sicológicas-, en donde una palabra pueda consolar, animar y aun nos haga salir airosos, ante la imposibilidad de poder solucionar algún problema grave. Convirtiéndose, además, en una buena arma religiosa utilizada sin respaldo ni sabiduría, sólo porque al fin -algo hay que decir- y los simples sin razonar espiritualmente, admiten semejantes engaños, de los cuales viven los mortales sin el conocimiento e inteligencia divina.

El creer instintivo nos lleva a aceptar recursos ilusorios y es así como el hombre cree desde siempre en todo lo que le rodea, siendo íconos de poder: el sol, la luna, las estrellas, algunos animales. Así como creer aun en fenómenos metafísicos y esotéricos que se incluyen en: la astrología, quiromancia, cartomancia, la magia blanca, el ocultismo, el culto a los muertos, incluyendo el fetichismo y la vulgar brujería o hechicería -pero en algo hay que creer-… Y al final los seres que se llaman más conocedores, terminan creyendo en el fundamento humano de la “mal llamada ciencia”. Ante la cual se postran las más distinguidas élites sociales, económicas, intelectuales, incluyendo al grupo de religiosos que ante la incapacidad de encontrar lo verdadero, tendrán a su vez que tomar una actitud alienante, justificando que al final: Dios dejó también la ciencia como recurso (cierto, para los que no conocen a Dios). Sea en quien creamos, cada hombre está ligado mediante su potencial de carne, al creer en todo lo palpable, visto y comprobable, mediante los sentidos materiales y los más exigentes, echarán mano del complejo método científico, el cual siempre tendrá variables y al final dará como resultado,  únicamente, soluciones parciales, porque siempre habrá algo que modificar ante el fracaso inminente.

         Analicemos ahora, entonces, el creer, de quien es el origen de todo lo existente, al arquitecto eterno, al único y sabio Dios, el cual es expresado en la palabra escrita, aun ampliamente respaldada por excepcionales obras, como la vivida en aquella pequeña aldea en donde Dios, hecho carne en Jesús, ante aquella escena en donde la gente en gran multitud, disputa sobre un muchacho endemoniado, ante el cual ya habían fracasado sus mismos discípulos… Y el Señor con seguridad y gran autoridad dice: ¡¡¡Traédmelo!!! Y aquel muchacho cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos; viene el padre y apela primero a la misericordia, luego suplica ayuda: “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad” (Mr.9:14-29). Qué interesante cuando este padre dice creer, pero aún en él había un temor a perder su creer, por lo que a su vez muestra una debilidad y entonces suplica. En ese momento Jesús, toma la escasa convicción de aquel hombre y de inmediato actúa, reprendiendo a aquel espíritu inmundo, diciéndole: “…Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él” (v.25). Bastó ese poco del creer que en la escritura se denomina –Fe-, la cual el Señor valoró y el demonio salió, y el joven fue libre. ¡Qué glorioso! Esto es creer para obtener. “Pero Jesús, tomándole de la mano, lo enderezó; y se levantó” (v.27). Pero hay algo más que llama la atención y es que aun los mismos discípulos fracasaron en su creer, porque no lograron el objetivo y confundidos preguntan al maestro ¿qué pasó…? Jesús nos da aquí una perla más, la cual es de gran valor y es que había que -orar y ayunar-, y eso se traduce en que para que nuestro creer se afirme y permanezca, necesitamos permanecer en una cercanía tan íntima al poder, el cual radica en el mismo Dios, mediante estas prácticas.

         El creer en esas obras, evidenciadas en el poder de Jesús, nos llevará también a considerar: “De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidieres al Padre en mi nombre, lo haré…” (Jn.14:12-13). Qué pasa entonces con nuestro creer, en la iglesia actual, si no somos capaces ni de tener, quizá, aquella seguridad endeble del padre del endemoniado. Nos cuesta ver obras, ya no hay milagros ¿y entonces…? ¿De qué evangelio hablamos y predicamos? Y qué está viendo en nosotros la gente impía, si acudimos a los mismos recursos, a todo nivel, que ellos tienen y creen. Creo que es de volver a considerar las “sendas antiguas” llenas de convicciones, que aunque tal vez muy radicales y extremistas, si así lo quisiéramos ver, nos hacían más ver las obras y portentos de nuestro buen Dios, quien siempre estará dispuesto a “ayudarnos en nuestra incredulidad” y sacarnos victoriosos, como lo vivió la iglesia primitiva, la cual es y será digno ejemplo de amor y fidelidad a aquel, que lo menos que merece, durante sea nuestra existencia, es creerle, creerle y más creerle… Y al final del túnel ver la luz de la esperanza de nuestra misma salvación. ¡Señor perdónanos en nuestra incredulidad y sálvanos…! Así sea. Amén y Amén.